Pocos lugares en fechas recientes como la Ciudad de México y zonas conurbadas para experimentar en sonido estereofónico, digo surround system, y a todo color un embotellamiento, o varios, a lo largo del día. Esta semana no ha sido la excepción sino más bien la norma.
Y para esquivar, intentar evitar o huir del caos
vehicular nos vamos convirtiendo en seres curiosos. Necios que
desafiamos la ley de la física que nos dice que los cuerpos ocupan un
lugar en el espacio y queremos caber, con o sin vehículo, en lugares propiamente inexistentes. Perseverantes criaturas que nos negamos a modificar la hora de entrar o salir de casa, trabajo o centro educativo porque nuestras arraigadas costumbres, buenas o no tanto, nos lo impiden. Personas que, consumidas por la prisa y los sentimientos que éstas y la pérdida de tiempo en el tráfico, vamos dejando de serlo
y vemos a los demás como aquel que me impide llegar en tiempo y forma a mi destino. Yo, mi, me conmigo. Y me estaciono en doble o triple fila,
tengo prisa; y ocupo dos lugares de estacionamiento o me estaciono en
lugares para discapacitados, porque tengo que llegar y no quiero que me
rayen el coche. Conduzco en sentido contrario porque solamente son treinta metros y que los otros se hagan a un lado, estoy con los nervios de punta.
Esos son los embotellamientos físicos, pero ¿qué tal mis embotellamientos mentales? A veces, no me dejan ver la necesidad de otro porque tengo prisa o porque la muralla que me construí para no sentir dolor me impide también sentir o dar amor, ternura, felicidad. A veces lo atropello porque ese espacio y esa idea que tengo son mías y son la verdad absoluta porque lo digo yo y no porque sea una que refleja la verdad, el bien y la realidad. Otras me quedo estacionado en el sentimiento que me generan las circunstancias y los acontecimientos sin procesarlo y decidir, después de pensar, qué voy a hacer o qué puedo con ello.
Sí, los embotellamientos son una verdadera molestia
pero pueden ser una posibilidad porque si aprendo a detenerme y a dejar
de correr, posiblemente vea que dejó de llover y hay un arcoiris
maravilloso y claro. Podré ver que junto a mí van hermanos, hombres y
mujeres que quieren llegar al mismo lugar que yo por las mismas razones y
que no camino solo. Podré apreciar algunas nuevas rutas, pero no por
ello dejar de transitar, o bien olvidar, las tradicionales probadas por
su seguridad y belleza.
Podré experimentar, si dejo de tocar el claxon, la belleza de un aria sublime nos comparte alguno desde su interior o desde su radio. Puede ser que incluso, si logro vencer mi ansiedad por llegar sin detenerme ni un instante a ver el paisaje
y lo bueno del trayecto, alguna vez y cada vez más frecuentemente, me
baje del coche y
abrace a alguien a quien quiero y a quien hace tiempo no veo y quien me
calentará, necesaria y generosamente, el corazón y me comunicará o a
quien comunicaré una Buena Nueva.
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