No cabe duda de que los años no pasan de largo, ni por nosotros ni por la cultura a la que pertenecemos.
Hace
unos días nos reunimos veinte compañeras y amigas de preparatoria para
celebrar un aniversario más de nuestra graduación. Fue muy reconfortante
recorrer el camino de la memoria e irnos deteniendo en el baile de una,
el vocabulario rimbombante de otras, la gracia de varias, las
travesuras de muchas, los dramas de noviazgo puberil de alguna, el
cariño de todas.
Avanzada
la tarde, una propuso que cada una diera una breve puesta al día de su
mundana existencia. Bueno, pues qué se le va a hacer... Unas más
animadas, otras menos, micrófono en mano procedimos a la actualización.
"Tengo x años de casada, x hijos, en x año escolar, de universidad o
preparatoria o trabajando. Sí, sigo queriendo a mi esposo que me arrulla
con sus lindos ronquidos cada noche, o bien soy yo la que con dulces
melodías despierta a cada miembro de mi familia en los albores del día.
Me dedico a...".
Así
varias, cuando de pronto a una se le ocurrió preguntar por alguna otra.
Se oyó por ahí una voz que dijo, "Es del DIF desde hace cinco años."
"¿De dónde?", inquiere otra, y alguien se adelanta a sacar a todas
de la duda "...sí, del Desarrollo Integral de la Familia." Aquella que
informó sobre la pertenencia al DIF puntualizó, "No, no es de ese
DIF.
Es divorciada inmensamente felíz, como yo. Si cada vez somos más las que
no oímos roncar y dormimos de corrido".
El cerebro de varias se convulsionó y se preguntaba, "Que ¿qué?, ¿Cuándo se dio este cambio y cortesía de quién?"
No cabe duda de que hay personas en matrimonios que nunca lo fueron y que la Iglesia declara inexistentes, de que hay familias donde lo más sano para sobrevivir en el cuerpo o en el espíritu es separarse y buscar el amparo legal para el cónyuge que lo necesite y para los hijos, de que hay muchos quienes, en situaciones muy adversas, luchan por la paz y la alegría en su vida y la de sus hijos. De ahí a que una ruptura matrimonial y o familiar pueda hacernos inmensamente felices... eso está por verse; la realidad lo desmiente.
Cuidemos de nuestras palabras. Con ellas podemos ir avalando o proponiendo, sin querer ni darnos cuenta, soluciones a conflictos que pueden llevarnos a otro tipo de
corazonesDIF: descorazonados incalculablemente frecuentes, desconfiados insosteniblemente fisurados, discapacitados incurables para la fidelidad y la felicidad, entre otros.
Luchemos para que cada día podamos ser de la nueva generación DIF y trabajar por el desarrollo integral de la familia. De la propia, y de aquellas que tenemos a nuestro alrededor y de alguna forma a nuestro cargo, de nuestra familia espiritual.
Y
que conste que este mensaje no fue patrocinado por ningún organismo
gubernamental sino por la esperanza en el futuro luminoso y feliz de la
familia... De la nuestra, en México y en el mundo.
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