Una decisión tomada con toda
conciencia, libertad y responsabilidad.
Una decisión que contrasta con la
de su predecedor, Juan Pablo II, que vio la voluntad de Dios reflejada en su
sufrimiento y deterioro de los últimos años, meses y días, ofrecido por toda la Iglesia.
Juan Pablo escogió este camino de
entrega, dolor y sacrificio, acompañado siempre por el entonces Cardenal
Ratzinger, que compartió con él ese difícil período.
Benedicto - quizá por haber
vivido esta experiencia - vio la
Voluntad de Dios de diferente manera:
Dios le pide renunciar para que
otro Papa, con menos edad y más vigor, tome las riendas de la Iglesia Católica
y lleve a cabo la muy difícil tarea de ser el guía y pastor de millones de
católicos en un mundo dónde los problemas internos y externos son muchos.
Un mundo donde impera el relativismo y el "todo se vale", que recibe mal las directrices de una Iglesia guardiana de la Verdad de Cristo.
Decisión que requirió de una
claridad de mente extraordinaria, desprendimiento del poder,
humildad para reconocer sus limitaciones, para pedir perdón por sus defectos.
Testimonio de amor y entrega sin
límites.
Gracias, Santo Padre, por estos
ocho años en que se dio a sí mismo, sufrió, se desgastó, recibió desprecios y
hasta insultos, para cumplir la misión que
Dios le había confiado.
Lo querremos y extrañaremos
siempre.
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