PREPARANDO EL CAMINO A CASA: PENTECOSTES



El camino de la fe es una preparación cotidiana para la belleza del cielo que es el destino definitivo al que todos estamos invitados.
"No se turbe tu corazón". son palabras muy hermosas. Jesús habla con el corazón en la mano de aquel que será nuestro destino definitivo, el Cielo y nos dice “Tened fe en Dios y en mí”... como si fuera un ingeniero o un arquitecto nos dice lo que va a hacer: “Voy a prepararles un lugar, en la casa de mi Padre”… Si, Jesús va a buscarnos un lugar.

 
Preparar un lugar, es preparar nuestra capacidad de disfrutar, de la posibilidad de ver, sentir, entender la belleza de lo que está por venir, de esa patria hacia la cual caminamos.
Toda la vida cristiana es un trabajo de Jesús y del Espíritu Santo, para prepararnos un sitio, para preparar nuestros ojos para ver, nuestros oídos para escuchar. Porque nuestra alma necesita estar preparada para contemplar el rostro maravilloso de Dios. Y sobre todo, preparar nuestro corazón... para amar, y amar más".

 
En el camino de la vida el Señor prepara los corazones, con las pruebas, con el consuelo, con las tribulaciones, con las cosas buenas... Todo el viaje de la vida es un camino de preparación. Es irnos preparando para llegar a esa patria, que es la nuestra.
Algunos dicen, que todos estos pensamientos son una alienación... que la vida es ésta, aquí, lo concreto, y el más allá no se sabe lo que hay… Jesús nos dice, que no es así, nos dice “Tengan fe en mí, lo que les digo es la verdad: yo no hago trampas, no engaño".

 
Prepararse para el cielo es comenzar ya, a saludarlo desde lejos. Esto no es alienante: ESTA ES LA VERDAD; es dejar que Jesús prepare nuestro corazón para una enorme belleza. Es el camino de regreso a la patria ¡Que Dios nos conceda esperanza, valor y humildad para dejar que el Señor nos prepare un lugar! Editado de la homilía del Papa Francisco 26/04/2013

 
“Jesús, se que creer en Ti y en Tu palabra es el camino correcto de verdad para preparar mis ojos para ver el rostro maravilloso de Dios, cuando llegue al lugar definitivo que haz preparado para mi”.

 
DOMINGO DE PENTECOSTES.



El Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia y a cada uno de nosotros a la Verdad Absoluta. Jesús mismo dije a sus discípulos: el Espíritu Santo “les guiará en toda la Verdad”.
Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad. Benedicto XVI ha hablado muchas veces del relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el consenso general, lo que opinan los demás o por lo que cada uno de nosotros queremos.

 
Pero debemos de ser capaces de ver en Jesús el rostro de la Verdad, que es el rostro de Dios. Jesús es, La Verdad, la cual, en la plenitud del tiempo, “se hizo carne”, vino entre nosotros para que la conociéramos.  Encontrarnos con la Verdad, es encontrarnos con Jesucristo, no es una posesión, es el encuentro con una Persona.
San Pablo enseña que nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo. Es sólo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad. Jesús lo llama el “Paráclito”, que significa: el que viene en nuestra ayuda, el que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento.

 
El Espíritu Santo  imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través de estas palabras, la ley de Dios se inscribe en nuestros corazones y se convierte en un principio de valoración de nuestras decisiones y de orientación de las acciones cotidianas. Se convierte en nuestro principio de vida. “Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo… infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes”.
De lo profundo de nosotros mismos nacen nuestras acciones: es el corazón el que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él.
El Espíritu Santo, como promete Jesús, nos guía en toda la verdad; nos lleva no sólo para encontrar a Jesús, sino que nos guía en la Verdad, es decir, nos hace entrar en una comunión siempre más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Ésta no la podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro  cristianismo será superficial.
El Espíritu de la verdad actúa en nuestros corazones, suscitando el “sentido de la fe” (sensus fidei), Probemos a preguntarnos: ¿estoy abierto al Espíritu Santo, le pido para que me ilumine, y me haga más sensible a las cosas de Dios?
Ésta es una oración que debemos que rezar todos los días: “Espíritu Santo que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al Bien, que mi corazón esté abierto a la Belleza de Dios”. Tenemos que cumplir este deseo de Jesús: orar cada día al Espíritu Santo para que abra nuestros corazones. De la catequesis del Papa Francisco 16/05/2013
 
“Madre Santísima, ayúdame para conservar estas verdades en mi corazón para poder convertir mi vida; que mi disponibilidad a los mandatos del Espíritu Santo sea total y así mi alma se ilumine y  se convierta en morada de la Santísima Trinidad”.

 

Comentarios