Hay una expresión de Jesús que me impresiona siempre; cuando les
dice a sus discípulos: "Denles de comer ustedes mismos”. Sobre todo:
¿Quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos en el
pasaje
evangélico: es la multitud…
Jesús está en medio de la gente, la acoge, le
habla, la cura, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a
los Doce Apóstoles para estar con El y sumirse como El en las situaciones
concretas del mundo. Y la gente le sigue, le escucha, porque Jesús habla y
actúa de modo nuevo, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de
quien habla y actúa con verdad, de quien da la esperanza que viene de Dios, de
quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría,
bendice a Dios.
Nosotros somos la multitud del Evangelio, también
nosotros tratamos de seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión
con El en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Jesús habla
en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que
seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una
posesión nuestra, sino un don de El a los otros.
Los discípulos, ante el requerimiento de Jesús, “denles
de comer…”: cada uno piense en sí mismo. ¡Cuántas veces nosotros los cristianos
tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los otros,
despidiéndoles con un piadoso: "Que Dios te ayude". O con un no tan
piadoso: "¡Buena suerte!".
Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una
dirección que sorprende a los discípulos: "Denles ustedes mismos de
comer". ¿Pero cómo es posible que seamos nosotros los que demos de comer a
una multitud? "Sólo tenemos cinco panes y dos peces". Pero Jesús no
se desanima: pide a los discípulos que hagan sentarse a la gente, alza los ojos
al cielo, recita la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para
que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la gente que ha bebido
la palabra del Señor, es ahora nutrida por su pan de vida. Y todos fueron
saciados, anota el evangelista.
¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La
respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: “Ustedes mismos
den...”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que
tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente estos panes y estos peces
los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud.
Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la
sociedad, una palabra clave de la que no debemos tener miedo es: “solidaridad”,
saber dar, o sea, poner a disposición de Dios todo lo que tenemos, nuestras
humildes capacidades, porque solamente compartiendo, en Cristo, nuestra vida
será fecunda, dará fruto. Una vez más, el Señor nos distribuye el pan que es su
cuerpo, se hace don. Y también nosotros sentimos la “solidaridad de Dios” con
el hombre, una solidaridad que no se acaba nunca, una solidaridad que nunca
deja de asombrarnos: Dios se vuelve cercano a nosotros, en el sacrificio de la
Cruz se humilla entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que
vence el mal, el egoísmo y la muerte.
Editado de la homilía del Papa Francisco, día de Corpus Christi 2013
Editado de la homilía del Papa Francisco, día de Corpus Christi 2013
“Jesús mío, al darme tu cuerpo en la Eucaristía me
transformas, Tu que te das a mi, guíame para hacerme salir de mi egoísmo y no
tener miedo a donarme , a compartir, a amarte y a amar a mis hermanos. A
dar lo poco que soy y lo poco que tengo, que se si lo doy en Ti, mi pobreza
se vuelve riqueza. Ayúdame para seguirte cada día y ser instrumento de comunión
y me vuelva fecunda en Tu amor….”
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