Al final de este año 2013, durante la presentación de la campaña de Caritas Internationalis contra el hambre en el mundo, el Papa Francisco hizo un llamado para acabar con esta problemática, pidiendo “dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente de este mal, para que esta voz se convierta en un rugido capaz de sacudir al mundo"(1), pues esta labor que es urgente y parece monumental, no está tan fuera de nuestro alcance.
Según palabras del Director de la
Agencia de Agricultura y Alimentos de las Naciones Unidas, José Graziano Silva,
nuestra generación podría alcanzar a ver el día en que no quedara hombre o
mujer en África con hambre y hace hincapié en que hay suficiente comida, el
problema está en el difícil acceso a ésta y menciona tres acciones centrales, con
las que se podría resolver dicho problema:
1.
Decisión y liderazgo político de los gobiernos.
2.
Mejora del desempeño agricultural y de acceso a los
alimentos.
3.
Mejora del contenido nutritivo de los alimentos que se
consumen. (2)
Aunado a estos puntos, Graziano
menciona dos factores, que en las hambrunas de Somalia, Brasil y Vietnam fueron
claves para que la FAO ayudara a superar la situación: las mujeres y las familias.
Los programas de mejora de
agricultura y ganado que se implementaron fueron dirigidos a las mujeres,
porque eran las que proveían alimento a las familias. Y la promoción de
parcelas familiares, que demostraron ser la forma más eficiente del uso de la
tierra y el agua, y de ahorro, al no tener costo de transportación.
La asignación de recursos a
familias y mujeres muestra que las organizaciones internacionales se han dado
cuenta de lo que, por muchos años, ha insistido la Iglesia: el apoyo a la
familia y las mujeres es clave para el desarrollo de las sociedades. Y en este
caso se nota a nivel material y de alimentación, pero este mismo principio se
ha recomendado aplicar para mejorar la calidad de vida de todos en otras áreas,
no menos importantes como la educación, la salud, el trabajo y las relaciones
personales y laborales.
La erradicación del hambre a
nivel mundial debe ser un objetivo común a todos. La Iglesia ya lo puso al
centro de sus actividades y lo propuso a los creyentes. Esperemos que las
instituciones y gobiernos hagan eco de este llamado para lograr aliviar el
sufrimiento de tantos hombres y mujeres en el mundo, promoviendo a la vez a la
familia y la mujer, que son tan esenciales para lograrlo.
Por Ana Elena Barroso
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