El siglo pasado estuvo lleno de vicisitudes y
guerras. La voluntad y la reflexión constituyeron columnas vertebrales en las generaciones
que las superaron y sobrevivieron. En la actualidad muchas de las desgracias
que sufre la humanidad se tratan de solucionar con otras armas que no parecen
dar un resultado favorecedor al hombre.
La problemática social actual: adicciones, embarazos
no deseados, madres solteras, divorcio, abandono, abuso físico, emocional,
psicológico, sexual, deserción escolar, bullying, violencia, persisten en una generación
que no encuentra el modo de librarse de ellas con los instrumentos que ofrece
la cultura de hoy: interés individualista, mínimo esfuerzo, cero compromiso,
salida fácil y cero renuncia al yo.
Una cultura que premia el camino fácil
etiquetándolo de astucia, que identifica el seguir los instintos con la
libertad, que acusa el uso del razonamiento de represión, que proclama el
reinado de los sentimientos a flor de piel y tacha a la reflexión de cobardía,
advirtiendo de cualquier compromiso como esclavizante y presentando la renuncia
como fracaso. Cultura que ha engendrado una generación de la espontaneidad,
donde cualquier reflexión en la toma de decisiones es lastre para la felicidad.
Estos elementos que la cultura “moderna”
ofrece al hombre para enfrentar estos problemas se basan en un libertinaje y
autonomía ilimitados, que pueden sonar muy atractivos, pero que en la práctica
no le dan la capacidad de superar las dificultades personales que la vida le
arroja.
Y esta generación, ¿Podrá encontrar la solución
en los prodigios de sus manos, como la tecnología?
¿O necesita mirar atrás y aprender de aquellas
generaciones de sobrevivientes de hace décadas? ¿Que tenían esas personas del
siglo pasado que admiramos por sus logros y avances?
La respuesta puede estar más ceca de lo que
nos imaginamos y más lejos de lo que necesitamos.
En muchas de estas complicadas problemáticas
sociales modernas se percibe un fondo de dejadez. Es como si hubiéramos dejado
de caminar por años y ahora quisiéramos correr del león que nos ataca. No podremos
escapar porque los músculos que necesitamos para alejarse del peligro no responden.
Estos músculos atrofiados podrían ser la voluntad y la reflexión.
Sí, LA VOLUNTAD
. Esa vieja pincelada humana
que, junto con la racionalidad, la libertad, la capacidad de amar y de hacer
cultura, nos diferencia de los animales.
“La voluntad
(del latín voluntas) es la potestad de dirigir el accionar propio. Se trata de una propiedad de la personalidad que apela a una especie de fuerza para desarrollar una acción de acuerdo a un
resultado esperado. La voluntad implica generalmente la esperanza de una
recompensa futura, ya que la persona se esfuerza para reaccionar ante una
tendencia actual en pos de un beneficio
ulterior. La voluntad ha motivado
todo tipo de debates filosóficos ya que está vinculada a lo que se desea
realizar y al entendimiento de las razones por las cuales un sujeto escoge
hacer eso. Por lo tanto, la voluntad tiene relación con el libre albedrío.”(1)
Es una fuerza que nos puede llevar a muchos lados, pero
que siempre nos impulsa a tratar de alcanzar aquello que consideramos un bien,
o un beneficio para nosotros. De ahí que la voluntad debe estar regida y dirigida
por la razón y la reflexión para que nos lleve hacia un bien verdadero.
La voluntad puede ser un elemento decisivo ante los
embates del mundo moderno que nos empuja a tomar decisiones precipitadas y
basadas en el sentimiento del momento, o que nos arrincona a buscar salidas
escabrosas cuando estamos sumergidos en problemas que nos sobrepasan.
Por eso es importante desarrollarla junto con la
reflexión, en cualquier etapa de la vida, pero con más razón desde los primeros
años de vida, cuando somos niños y jóvenes.
Todos necesitamos voluntad:
- Voluntad para resistir lo que propone cultura materialista e individualista.
- Voluntad para tomar decisiones de vida que nos protegen de una problemática futura.
- Voluntad que nos lleva a someter los instintos y los sentimientos a la razón.
- Voluntad para no ceder a la presión social de la cultura utilitarista y sexualizada imperante.
La voluntad puede constituir la mejor
“vacuna” para prevenir las problemáticas sociales que nos aquejan hoy, e
inclusive para prevenir los dolores “emocionales” que sufren muchos de los corazones.
Por Ana Elena Barroso
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