En las últimas catequesis, hemos tratado de sacar a la luz la naturaleza y la belleza de la Iglesia, y nos hemos preguntado qué comporta para cada uno de nosotros el ser parte de este pueblo, pueblo de Dios, que es la Iglesia.
Pero
no debemos olvidar que hay tantos hermanos, que comparten con nosotros la fe en
Cristo, pero que pertenecen a otras confesiones o a tradiciones diferentes de
la nuestra.
Muchos
se han resignado a esta división, también dentro de nuestra Iglesia católica se
han resignado, que en el curso de la historia, a menudo ha sido causa de
conflictos y de sufrimientos, también de guerras, de tanta sangre derramada….
También hoy las relaciones no son siempre marcadas por el respeto y la
cordialidad.
La
división entre cristianos, mientras hieren a la Iglesia, hieren a Cristo y
nosotros divididos herimos a Cristo: la Iglesia, en efecto, es el Cuerpo del
cual Cristo es la Cabeza. Sabemos bien cuánto deseaba Jesús que sus discípulos
permanecieran unidos en su amor. Es suficiente pensar en sus palabras: “Padre
santo, cuida en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros”(Jn,
17,11).
Ésta unidad estaba ya amenazada mientras Jesús estaba todavía entre los suyos:
en el Evangelio, en efecto, se recuerda que los apóstoles discutían entre ellos
sobre quién fuera el más grande, el más importante (cfr Lc
9,46).
Pero
el Señor, ha insistido tanto en la unidad en el nombre del Padre, haciéndonos
entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán más creíbles cuánto más
nosotros, en primer lugar, seremos capaces de vivir en comunión y de amarnos.
Es lo que sus apóstoles, con la gracia del Espíritu Santo, comprendieron
después profundamente y cuidaron, tanto que San Pablo llegará a implorar la
comunidad de Corinto con estas palabras: “Hermanos, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones
entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y
de sentir” (1
Cor 1,10).
Durante
su camino en la historia, la Iglesia es tentada por el maligno, que trata de
dividirla, y por desgracia se ha visto afectada por separaciones graves y
dolorosas. Son divisiones que a veces se han prolongado en el tiempo, hasta
hoy, por lo cual ahora resulta difícil reconstruir todos los motivos y sobre
todo, encontrar soluciones posibles. Lo que es cierto es que, en un modo o en
el otro.
Detrás de estas laceraciones están siempre la soberbia y el egoísmo, que son causa de todo desacuerdo y nos hacen intolerantes, incapaces de escuchar y aceptar a aquellos que tienen una visión o un posición diferente de la nuestra.
En
todas las comunidades hay buenos teólogos: que ellos discutan, que ellos
busquen la verdad teológica, porque es un deber; pero nosotros caminemos
juntos, rezando los unos por los otros, y haciendo las obras de caridad. Y así
hacemos la comunión en el camino, esto se llama: ecumenismo espiritual…..
.
Caminar en comunión con los hermanos de nuestra iglesia, pero también en comunión con todos aquellos que pertenecen a comunidades diferentes, pero creen en Jesús.
Agradezcamos al Señor, todos, por nuestro bautismo, agradezcamos al Señor todos, por nuestra comunión, y para que esta comunión sea al final una comunión de todos juntos. Y cuando la meta nos pueda parecer demasiado lejana, casi inalcanzable, y nos sintamos atrapados por el desaliento, nos anime la idea de que Dios no puede cerrar su oído a la voz de su propio Hijo Jesús y no cumplir con sus y nuestras oraciones, para que todos los cristianos sean verdaderamente una sola cosa. De la catequesis del Papa Francisco, 08/10/2014.
Caminar en comunión con los hermanos de nuestra iglesia, pero también en comunión con todos aquellos que pertenecen a comunidades diferentes, pero creen en Jesús.
Agradezcamos al Señor, todos, por nuestro bautismo, agradezcamos al Señor todos, por nuestra comunión, y para que esta comunión sea al final una comunión de todos juntos. Y cuando la meta nos pueda parecer demasiado lejana, casi inalcanzable, y nos sintamos atrapados por el desaliento, nos anime la idea de que Dios no puede cerrar su oído a la voz de su propio Hijo Jesús y no cumplir con sus y nuestras oraciones, para que todos los cristianos sean verdaderamente una sola cosa. De la catequesis del Papa Francisco, 08/10/2014.
“Señor,
Jesús mío, quiero unir mi suplica a Tu oración al Padre “ayúdalos a que sean
una sola cosa, como Tu Padre y Yo, somos Uno. Ayúdame a ver en todos mis
hermanos lo positivo y no quedarme en lo que nos divide, junto con la capacidad
de perdonar, de sentirme parte de la misma familia cristiana, de considerarme
el uno un don para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas. Tratando de
conocerme mejor y amarte mas Jesús
y así compartir la riqueza de Tu amor. Porque todos creemos en Ti, todos
creemos en el Padre y en el Espíritu Santo….”
Por CUCA RUIZ
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