Con los talentos lo único que no se vale es no usarlos.



Queremos creer que Dios, al ser infinitamente misericordioso, se olvidará de la justicia. ¿Lo hizo con el siervo al que le dio un  talento? No podemos juzgar y medir a Dios con nuestros imperfectos juicios humanos.
 
 
En todo caso, atendamos a la Parábola e intentemos merecer la misericordia de Dios. Pongamos nuestra voluntad  al 100% para que la Gracia de Dios la haga capaz de fructificar. No nos quedemos a la sombra de la higuera, esperando que dé frutos y que estos caigan en nuestras manos. 
Nuestra voluntad y nuestras obras, nunca nos salvarán por sí mismas, ya que lo que nos ha prometido Dios no se puede ganar con nada de lo que hagamos.  San Juan Crisóstomo nos lo dice clarito.


 Lo importante no son nuestras limitaciones sino: “haber dado muestras de su fervor y por haberlo hecho todo en interés común”. Tenemos que poner nuestros talentos a trabajar “para aprovechamiento de nuestro prójimo, todo, sin guardarnos nada como camino de vida.



 
Si la vida nos da un revés, tengamos claro que Dios es capaz de sacar bienes de cualquier mal que haya llegado a nosotros. La misericordia de Dios, por medio de nuestra santidad, hará que el pecado ajeno que nos ha golpeado, sea tierra donde florezca la santidad. 
Es terrible ver cómo justificamos continuar la cadena del pecado. Si un hijo es abandonado por sus padres, no debe escudarse en esa injusticia para actuar de la misma forma con sus hijos. Todo lo contrario. Quien conoce el dolor de recibir un mal inmerecido, no puede desear que otro lo padezca, a modo de descarga. ¿Hemos dado bien por mal? Pues ya tenemos un talento de ganancia con nosotros. 


 
La Parábola de los Talentos nos muestra a Dios como alguien tan lleno de misericordia, que da un premio superior a las ganancias que sus sirvientes le devuelven. La cantidad no es lo más importante, sino la actitud que han tomado con los dones recibidos. 


 
Al siervo que recibió y devolvió solo el  talento que había recibido, no sólo fue reprobado, sino que fue expulsado de forma violenta. Fue llamada siervo perezoso y malo. Lo de perezoso podemos llegar a entenderlo, pero, ¿Malo?... ¿Pero si no se ha quedado el talento? ¿Qué mal ha hecho?

Entonces nos damos cuenta que no sólo el que roba y defrauda ni sólo el que obra mal, sino también el que no hace el bien, es castigado con el último suplicio. Escuchemos, pues, esas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación, tomemos aceite para nuestras lámparas, negociemos con nuestro talento.
Inspirado por el texto de S Juan Crisóstomo, en Religión en Libertad, 16/11/2014.
 
 
 
Señor Jesús, no quiero ni pensar que me pasaría si no te devolviera ningún talento; porque no solo no lo hubiera hecho  fructificar y te lo devolviera como me lo diste sino que además lo hubiera derrochado…Ten misericordia de todos los que derrochan sus talentos, los que no los usan para desarrollarlos y derramarlos entre los demás…. Señor, ayúdame, dame las gracias, para que pueda usar humildemente mis talentos, no para mi, sino para Ti y mis hermanos que puedan necesitarlos…”


Por Cuca Ruiz



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