LA LIMOSNA DE CUARESMA DESNUDA NUESTROS SECRETOS

 
 
 
 
 
 
 
La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir.
 
Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos. Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado, experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.
 
¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad?
 
Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana.
 
 
 
 Cuando gratuitamente nos ofrecemos a nosotros mismos, damos testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor.
 
 
Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal.
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos.
 
 
Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre de hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?
La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad
 
El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que hacerse en secreto.
 
“Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”, dice Jesús, “así tu limosna quedará en secreto”. Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa en los cielos. Por tanto, hay que hacerlo todo para la Gloria de Dios y no para la nuestra. Que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención.
 
Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la sociedad moderna de la “imagen” hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente.
 
 La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad o sea del amor, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros.
Editado del mensaje de Cuaresma 2008 de S.S. Benedicto XVI
 
“Señor ayúdame a entender lo que es la limosna evangélica para que, en secreto, pueda compartir con mis hermanos que lo necesiten, los dones con los que me haz favorecido, que no busque el aplauso ni el reconocimiento, sino que todo lo haga para tu Gloria.”
 
 
 
http://www.nazaret.tv/video/37/viacrucis#.VOpKtnI6B4M.gmail  UN VIA CRUCIS, PARA QUE LO GUARDES Y LO MEDITES DURANTE LA CUARESMA.
 
CUCA RUIZ

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