El Señor no
duerme, vela el guardián de su pueblo, para sacarlo de la esclavitud y para
abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela
y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace
pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Fue una noche
de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de
temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo.
Las mujeres, sin
embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de
Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: ¿Cómo haremos
para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?.... Pero he aquí el
primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la
tumba estaba abierta.
Entraron en
el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Las
mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y
fueron las primeras en entrar.
Nos viene
bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús,
que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar,
para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la
Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo
conocer, leer... Es más, es mucho más. Entrar
en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de
escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el
que Dios nos habla.
Entrar en el
misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse
en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a
los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá
de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos
frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un
sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen
en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón….Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de
abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra
presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo
que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados
de perdón. Para entrar en el misterio
hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar
no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos
enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre.
Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no
permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las
primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón
ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron.
Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con
Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar
de la muerte a la vida.
De la homilía del Papa
Francisco en la Vigilia de pascua de 2015.
“Entrar en el
misterio..entrar en el misterio de Tu Muerte y de Tu Resurrección …Señor, ayúdame
bajarme del pedestal de mi yo…. A huir de los ruidos de este mundo, y así, en
el silencio, poder escuchar Tu voz, en el silencio, en la paz, en la humildad
en el olvido de mi yo…Ayúdame, dame la gracia, para poder adorarte con mi oración
y con cada momento de mi vida…”
Por Cuca Ruiz
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