En esta época donde la
libertad de expresión y las creencias religiosas se han enfrentado múltiples
veces, de formas distintas y hasta agresivas, una pregunta de fondo emerge más
urgente que nunca: ¿Hasta dónde la libertad de expresión debe ser defendida
como columna de una sociedad moderna y en dónde comienza el respeto al derecho
a la fe y creencias?
Los límites y alcances no
están claros y a veces son tan confusos que amenazan con producir más enfrentamientos
violentos. La solución para este dilema no es sencillo, pero el primer paso
para construirla puede estar más cerca
de lo que imaginamos. Ésta requerirá tiempo y esfuerzo, porque se debe
garantizar que ambos derechos puedan ejercerse sin menoscabo del otro.
Este primer paso hacia el
equilibrio ha sido promovido, desde hace tiempo, por una de las religiones más
afectadas: la fe católica. Ésta ha sido
atacada y ridiculizada justificada e injustificadamente, muchas veces en los
medios de comunicación. En su afán de reconciliación, su respuesta ha sido el
silencio paciente que le caracteriza. Otras veces ha señalado los excesos de
estos medios y aún otras ha pedido que se corrija la afrenta. Su manera de
hacerlo ha sido, como regla general, por los medios civilizados en los que cree
firmemente como única forma de entendimiento y convivencia entre los hombres
Mons. Juan del Río, obispo de Asidonia Jerez, ha descrito muy bien este énfasis
en el característico espíritu pacífico de la fe católica ante los ataques de
que ha sido objeto:
“Sin embargo, no todas las religiones son iguales. El cristianismo es la
religión del amor y del perdón, como claramente dice Benedicto XVI en su primera
encíclica. Eso le ha acarreado el ser el grupo humano más perseguido del mundo
en los tiempos modernos, supuestamente civilizados.” ( 1)
Este mismo año, el Arzobispo Silvano M. Tomasi, Observador Permanente de
la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Ginebra,ha reflexionado atinadamente,
cuando intervino en la 28ª sesión del Consejo para los Derechos Humanos en
Marzo del 2015, sobre las consecuencias que la falta de responsabilidad de esta
libertad puede traer y, al mismo tiempo, sobre los beneficios que su correcto
ejercicio puede dar:
''La libertad de expresión que
se utiliza indebidamente para menoscabar la dignidad de las personas y ofender
sus convicciones más profundas, siembra la semilla de la violencia.
Naturalmente, la libertad de expresión es un derecho humano fundamental que
siempre debe ser apoyado y protegido; de hecho, también implica la obligación
de decir responsablemente lo que una persona piensa en vista del bien común...
Sin embargo no justifica relegar a la religión a una subcultura irrelevante o a
un blanco fácil de burlas y discriminación.
Ciertamente, los argumentos
antirreligiosos, incluso en forma irónica pueden aceptarse, ya que es aceptable
usar la ironía sobre el laicismo y el ateísmo. La crítica del pensamiento
religioso puede incluso ayudar a desmantelar varios extremismos.
¿Pero que
puede justificar los insultos gratuitos y el escarnio de los sentimientos
religiosos y de las creencias de otras personas que, después de todo, son
iguales en dignidad?” (3)
·
El modo como se expresa y transmiten las ideas.
·
La motivación
e intención por la que se busca difundirla.
·
Un
interés real de alcanzar el bien común.
Todos estos factores son indispensables para
no invadir, con una libertad, el derecho de otro.
La libertad de expresión debe
encontrar el modo, la forma, la motivación, el encuentro y el interés por el
bien común que la elevará a ser no solo
una herramienta de justicia y verdad sino un elemento de unión y humanización.
Y hacer consciencia, como bien dijo el Arzobispo Tomasi en su intervención ante
la ONU, que:
“No
existe el “derecho de ofender”.”(4)
Por Ana Elena
Barroso
(4) IDEM
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