LA RELACION ROTA DEL HOMBRE AFECTA A LA NATURALEZA Y A LA HUMANIDAD

 
 
 
 
 
Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica.
 
Sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra.
 
 
Las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado.
 
 
La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas.
 
 Este hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar la tierra  y de labrarla y cuidarla».
Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto.
 
Por eso es significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido interpretada como una sanación de aquella ruptura.
 
 
 Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles y los ataques a la naturaleza.
 
No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Se ha dicho que, desde el relato del Génesis, que invita a «dominar» la tierra, se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia.
 
Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza.
 
 
Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, la tierra es del Señor, a Él pertenece la tierra y cuanto hay en ella. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque Él lo ordenó y fueron creados, y les dio una ley que nunca pasará.
 
De ahí que la legislación bíblica  proponga al ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos. De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas.
 

 
A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios, porque el Señor se regocija en sus obras. Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas.
 Del texto de la Encíclica Laudato Si del Papa Francisco, 24/05/2015
 
 
 
 
 
Señor, me acuso de atentar contra la obra de tus manos….que poco respeto he mostrado siempre por tu creación y por tus creaturas, si bien, me he preocupado de mis hermanos, no he mostrado interés por  cuidar lo demás que me rodea. Ayúdame Señor, para que desde ahora, muestre mas delicadeza y respeto por toda tu obra y reconozca que Tu lo creaste todo y a todos. Y que fuimos creados por tu infinito amor…” 
 


por Cuca Ruiz

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