¿UN AÑO SANTO DE CELEBRACIONES? ¿Y A MÍ QUÉ?


 
 
 





El pasado mes de marzo, el Papa Francisco anunció el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que se extenderá desde Diciembre de este año hasta Noviembre del 2016. En Roma habrá múltiples celebraciones y al interior de muchas parroquias alrededor del mundo se extenderá una invitación a la reconciliación. Esta invitación no es exclusiva para los fieles de la Iglesia Católica, sino para todos los hombres. Este jubileo “tendrá en su centro”, como dijo el Papa, “la misericordia de Dios”, y será el modo “cómo la Iglesia podrá hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia.” (1)

 

Al ser la misericordia el centro de este gran Año Santo, las implicaciones para los que somos católicos son sumamente motivadoras, pues podríamos decir que así como el Pontífice abrirá la Puerta Santa que se encuentra en la Basílica de San Pedro el 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción, se abrirán las compuertas del amor y del perdón que pueden curar los corazones de tantos hombres que deambulamos por el mundo.

 

 
 
“Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios; todos conocen el camino para acceder y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a ninguno” afirma el Papa Francisco.
 

“El Sacramento de la Reconciliación, en efecto, permite acercarse con confianza al Padre para tener la certeza de su perdón. Él es verdaderamente 'rico en misericordia' y la extiende con abundancia sobre cuantos recurren a Él con corazón sincero.” (2)

 

Entonces ¿qué nos tiene reservado este Año Santo? ¿Justicia, misericordia o lástima?



Por nuestras faltas mereceríamos la justicia con el pago de sus consecuencias, pero Dios nos ofrece borrón y cuenta nueva, una segunda, tercera o cuarta oportunidad. Y este perdón de corazón que Él da en la confesión de nuestros pecados es como bálsamo que produce no solo la curación de nuestras heridas sino un deseo interior de multiplicar y compartir esa misericordia de la que hemos sido objeto.

 

Haciendo referencia al pasaje de la pecadora arrepentida que enjuga los pies de Jesús con lágrimas y perfume, el Santo Padre nos muestra que



 “El amor y el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, porque 'ha amado mucho', y ella adora a Jesús porque siente que en Él hay misericordia y no condena. Gracias a Jesús, sus muchos pecados, Dios se los echa a las espaldas, no los recuerda más. Para ella, ahora inicia una nueva estación, renace en el amor a una vida nueva”. (3)


Así es que el reto está en el amor, porque si queremos perdonar sin amar, no estaremos demostrando sinceridad hacia aquel que nos ha hecho daño. El amor perdona porque entiende y comprende que todos somos humanos.

Desafortunadamente estamos llenos de errores y debilidades que nos llevan a lastimar a los demás, capaces de violentar al prójimo, y por lo tanto, indignos de asignarnos la facultad de juzgar y condenar lo que los demás hacen o dicen.

 

Por eso, este Año Santo de la Misericordia se abre un camino excepcional hacia una vida nueva. Los católicos alrededor del mundo estamos ante una gran oportunidad de acercar la misericordia y amor que Jesús nos da, a todos los que nos rodean, y al mismo tiempo cultivar entre nosotros, dentro de nuestras familias y comunidades, un ambiente donde el amor y la reconciliación lime asperezas, reconecte relaciones personales y siembre la paz en este mundo.

 

Por Ana Elena Barroso


 


(2)    IDEM

(3)    IDEM

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