Hace nos días el Pleno de las Naciones Unidas en la apertura
de su “Cumbre Mundial para la Agenda 2030 Para el Desarrollo Sostenible”, recibió
la visita de un visitante muy esperado: el Papa Francisco, que en su pequeño
carro llegó a las instalaciones de esta importante sede de encuentro de los países
del mundo. En medio del entusiasmo de los presentes, el Papa reconoció, antes
de tratar otros temas, las grandes acciones que este organismo ha realizado a
lo largo de sus 70 años de labor.
El corazón de su mensaje fue una invitación a que todos,
representantes de las naciones y hombres y mujeres de a pie, a abrir sus
corazones y mentes para reconocer al prójimo en el otro. Ya sea en el diario
vivir de cada persona o en la toma de las grandes políticas de esta noble
institución, subrayó la necesaria conciencia de que los que se verán
beneficiados o afectados son seres humanos con alegrías y tristezas y no solo
números y estadísticas.
Las ideas que expresó a lo largo de su discurso siempre
giraron alrededor de las faceta y raíces humanas de los grandes problemas que
aquejan al mundo como el peligro de la guerra con el surgimiento de nuevas batallas
como el narcotráfico, la sumisión asfixiante de países enteros a los sistemas
crediticios, la explotación del medio ambiente y exclusión y eliminación de los
frágiles y vulnerables que se dan juntos y son caldo de cultivo de: trata de
personas, el comercio de órganos y tejido humano, la explotación sexual de
niños y niñas, el tráfico de drogas y armas, terrorismo crimen organizado y
corrupción entre otras.
Después de insistir en que
los esfuerzos de muchas organizaciones e instituciones para resolver estos
grandes problemas muchas veces se diluyen con la indecisión y diversificación
de los programas, el Papa se avocó a fijar la atención de los representantes
ahí presentes en las raíces de muchos de los problemas y en los elementos básicos que prevendrían y
aliviarían muchos de sus efectos: la educación, especialmente de las niñas, la
espiritualidad y la protección de la familia como centro de desarrollo humano.
En sus propias palabras:
“Para que estos
hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que
permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano
integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos."
"Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana – amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos.”
"Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana – amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos.”
“La educación, así concebida, es la base para la realización de la
Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.”
“Al mismo tiempo, los
gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la
mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y
mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social.
Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra;
y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad
religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos.” (1)
Para concluir sembró la esperanza siempre fresca de la fe
católica en la elemento humano que siempre busca solución a los grandes
problemas, y citando a Pablo VI en su visita a la ONU, dimensionó el potencial
constructivo de la tecnología y ciencia
puestas al servicio del hombre en el progreso y desarrollo de la
humanidad:
“Nunca, como hoy, [...] ha sido tan necesaria la conciencia moral del
hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien
utilizados, podrán [...] resolver muchos de los graves problemas que afligen a
la humanidad»
«El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos
cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas
conquistas»(2)
Por Ana Elena Barroso
(2)
(Discurso a los Representantes de los Estados, 4
de octubre de 1965).
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