ACOGER Y AMAR A LOS INMIGRANTES


 
 

La xenofobia, o al menos la falta de caridad hacia los extranjeros, ha sido un tema recurrente en muchas ciudades alrededor del mundo, un problema que, por desgracia, deriva fácilmente en racismo, causando toda clase de disturbios, injusticias, abusos y divisiones entre los seres humanos, en diversas comunidades.

Es un asunto de seguridad el intentar protegernos de los desconocidos, así como de personas que están de paso en nuestra localidad. Sin embargo, todos ellos son personas que merecen nuestro respeto y también nuestro apoyo cuando se encuentran en necesidad.

La migración es una realidad imparable en nuestros días. Debido a la pobreza extrema en muchos países, y a la falta de oportunidades para desarrollarse o simplemente para sobrevivir, millones de personas se ven forzadas o deciden abandonar sus lugares de origen para ir en busca de un futuro mejor y más próspero para ellos y para sus familias.
 
 

En México hemos visto emigrar hacia los Estados Unidos a los hombres de pueblos enteros, hasta el hecho de que las mujeres se quedan solas, como cabeza de familia, criando a sus hijos e intentando darles lo mejor con las remesas que reciben. Recientemente, hemos visto la ola de sudamericanos que pasan por nuestro país para llegar al norte del continente, o que cada vez más a menudo se quedan estancados, sin posibilidad de llegar a su destino final o de regresar a su país, luego de que son saqueados, secuestrados, o incluso asesinados por criminales.
 
 

Independientemente de la opinión personal que tengamos respecto de este fenómeno social tan impresionante de la migración, Dios siempre ha puesto un énfasis especial en proteger a las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Veamos algunos versículos al respecto a lo largo de la Biblia:
 
 
 

“Porque Yavé vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.” Deuteronomio 10:17-19

“Cuando un forastero viva junto a ti, en tu tierra, no lo molestes. Al forastero que viva con ustedes lo mirarán como a uno de ustedes y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes también fueron forasteros en Egipto: ¡yo soy Yavé, tu Dios!” Levítico 19:33 y 34

“Cuando cosechen los productos de sus campos, no segarán hasta el límite de los campos ni recogerán las espigas perdidas, sino que las dejarán para el pobre y para el forastero: ¡yo soy Yavé, el Dios de ustedes.” Levítico 23:22

“El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho.” Ezequiel 22:29

“Practiquen la justicia y hagan el bien, libren de la mano del opresor al que fue despojado; no maltraten al forastero ni al huérfano ni a la viuda; no les hagan violencia, ni derramen sangre inocente en este lugar.” Jeremías 22:3

“No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre; no anden pensando cómo hacerle el mal a otro.” Zacarías 7:10

Cuando venga a ustedes para hacer justicia, exigiré un castigo inmediato para los hechiceros y los adúlteros, para los que hacen falsos juramentos, para los que abusan del asalariado, de la viuda y del huérfano, para los que no respetan los derechos del extranjero.” Malaquías 3:5

En Hebreos 13:2, el apóstol San Pablo dice algo hermoso:
 
 
 No os olvidéis de la hospitalidad; pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.” Y Jesús nos refirió una parábola y nos advirtió sobre este tema: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis.” Mateo 25:34 y 35

Resta sólo decir que es nuestra obligación delante de Dios ayudar a los extranjeros, protegerlos y también amarlos. La opinión que tenemos hacia ellos no es lo importante, sino la opinión que Dios tiene de nosotros acerca de cómo los tratamos a ellos.

Por Maleni Grider

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