En los países del primer mundo el supuesto logro en medicina
de la buena muerte ya ha dejado ver su lado oscuro. Con el espejismo de evitar
el sufrimiento insoportable a enfermos terminales, países como Holanda y Bélgica
modificaron hace 15 años sus estructuras sanitarias y legales para ayudar a los
moribundos. Pero esta forma de ayuda ha probado ser una trampa de la que no se
han podido salvar muchos ancianos, discapacitados, y enfermos mentales de estos
países prósperos. Cumpliéndose los que advirtió, en ese entonces, la fe
católica a nuestro mundo individualista que se desentiende del otro tan
fácilmente.
Lo que empezó como una práctica hospitalaria reglamentada,
ha ido derivando, según Theo Boer, docente en la universidad de Utrecht,
miembro de la Comisión de control holandesa por nueve años, en un método visto
como normal y se usa para terminar la vida de personas que sufren muchos otros
tipos de sufrimientos no terminales , sobre todo existenciales, sociales y
psiquiátricos. Inclusive ya se ha analizado la posibilidad de que los niños
puedan acceder a ella como un derecho. El teme que desde esta posibilidad se
pase a poder aplicar la eutanasia a personas con discapacidades profundas y
mayores con Alzheimer que no tienen la capacidad de dar un consentimiento. (1)
Esto ya está sucediendo en Bélgica, de acuerdo al Journal of
Medical Ethics, entre los que son decesos de pacientes atendidos en estos
países, de 60 casos se encuentra alguno que no expresó ningún consentimiento
para que se le aplicara la eutanasia. La mitad eran mayores de 80 años y dos
terceras partes no sufrían de una enfermedad terminal.(2)
La parte más interesante de la reflexión y experiencia del
Dr. Boer, ha sido el descubrimiento de las razones personales y culturales de
fondo que han sumado al incremento anual para acabar con la vida. Habla de una Holanda
«en la que la caridad ha desaparecido», la centralidad de la autonomía y la
independencia en la sociedad ha llevado a la soledad de los ancianos que son
poco atendidos por sus hijos y familiares. Y lo contrasta con la cultura de los
inmigrantes donde este problema es menor porque hay mayor cohesión social. (3)
Los motivadores parecen ser diferentes al dolor o el sufrimiento
físico o la enfermedad mortal. Se aprecia un trasfondo de necesidades no
satisfechas de atención, cercanía, cuidado y acompañamiento en la mezcla para
la eutanasia. Eso es lo que, desde 1995, la iglesia ha afirmado en su Carta a
los Agentes Sanitarios, como parte de los cuidados paliativos insustituibles en
las instituciones sanitarias y de asistencia:
"Las peticiones de los enfermos muy graves, que a veces invocan la
muerte, no ha de ser entendida como expresión de una verdadera voluntad de
eutanasia; ésas efectivamente son casi siempre demandas angustiosas de ayuda y
de afecto. Además de la cura médica, el enfermo tiene necesidad de amor, de
calor humano y sobrenatural; de esto deben rodearlo todos aquellos que le son
cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeras". El enfermo que se siente
rodeado con la presencia amorosa humana y cristiana, no cae en la depresión y
en la angustia de quien, en cambio, se siente abandonado a su destino de
sufrimiento y de muerte y clama finalizar ese estado acabando con la vida. Es
por esto que la eutanasia es una derrota de quien la teoriza, la decide y la
practica. Al contrario de ser gesto de piedad hacia el enfermo, la eutanasia es
acto de autocompasión y de fuga, individual y social, de una situación probada
como insostenible.” (4)
La experiencia de los
países desarrollados que ya han pasado por este camino de búsqueda de
soluciones al sufrimiento humano debe iluminar el camino para otras naciones
para no caer en la devastadora secuencia de abandono y eliminación de personas
vulnerables, cultivando desde la cultura y la ley el aprecio de dignidad de la
persona, la importancia de la familia como red de apoyo y la promoción de la solidaridad.
Por Ana Elena Barroso
@mujer_catolica
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