En las últimas décadas Europa, bastión de la cultura
moderna laicista, y otros países del continente asiático han envejecido y el
estrés de sus principios antinatalistas ya ha alcanzado a las economías,
después de haber barrido con la cultura social de la Europa cristiana. El problema hoy es tan
grave que los gobiernos se han abocado a atacar la emergencia, pero con los
mismos métodos burocráticos que utilizan para resolver otros problemas
sociales: campañas publicitarias e incentivos para que las parejas tengan
hijos. Pero parece ser que estos esfuerzos mercadológicos no están funcionando
y la respuesta y solución resultan estar, paradójicamente, en la cultura cristiana
que despreciaron en el pasado.
Italia, Dinamarca y Taiwán son algunos de los países que
están en la desesperación, junto con Nueva Zelanda que usa un slogan de “Vamos
a aparearnos cuates” para promover la paternidad. Inclusive China ha suavizado
su política de un solo niño para mejorar su base demográfica y Singapur ha
ofrecido incentivos monetarios, fiscales y de servicios que alcanzan hasta los 90,000 dólares de Singapur por cada niño
hasta los 13 años. En otros países como Corea del Sur optaron, en el 2010, por
cortar la electricidad en los trabajos para que las personas fueran a casa a
producir bebes y por convencer a los padres, con posters como el siguiente, de
los efectos negativos de no tener hermanos. (1)
Si la promoción se hace y el apoyo material se da ¿Por qué
no están funcionando?
Las razones se pueden encontrar muy en el fondo de las
mismas campañas y principios que usaron hace décadas para lograr la reducción
de la población y que la fe cristiana señaló como preocupantes y de efectos
nocivos para las familias.
Stuart Gietel-Basten, profesor de Oxford, explica varias de
estas razones y advierte que serán difíciles de taclear con campañas
publicitarias. Entre ellas encuentra la lógica incertidumbre económica, la preocupación
de mantener un trabajo estable y la dificultad de tener donde vivir. Pero descubrió
otras de naturaleza cultural y social que ya serán muy difícil de revertir. Entre
estas está la preocupación de las mujeres de poder combinar el trabajo con la
maternidad y el estrés que ese doble turno les implica, además de muchas
estructuras laborales que discriminan a las mujeres embarazadas y la pérdida de
la capacidad de las personas de vivir en grupos grandes por haber crecido en
familias con un solo hermano.(2)
Si vemos las últimas razones, encontramos que muchas de
ellas han sido provocadas por la cultura individualista, materialista y
ambientalista extrema que se usó para concientizar a las parejas para que
tuvieran menos hijos. Ésta ha ido asentándose en las últimas generaciones ya
como un estilo de vida centrado en uno mismo. En la lista se encuentran otras
razones que exhiben aún más el alma de esta cultura:
· Efectos
en el físico de la mujer y estereotipo negativo del embarazo.
· Temor
a la reducción en el desempeño sexual.
· Ausencia
de estructuras sociales de apoyo ( que antes era la familia).
· Convicción
de que es malo traer al mundo a un hijo no deseado
· Creencia
profunda de que es inmoral traer niños al mundo por la sobrepoblación,contaminación
y cataclismos.
· Reducción
del concepto de éxito al puro desarrollo profesional.
· Devaluación
de la maternidad y superioridad de la mujer productiva laboralmente.
· La deslegitimización
de la maternidad como ocupación y del placer que produce a las mujeres. (3)
La fe católica ha insistido siempre en los efectos que una
cultura así traería a las comunidades y al mundo entero. Un efecto de
envejecimiento no sólo por la edad de la población, sino por la falta de la
esperanza que renueva las posibilidades del futuro. Desde la Encíclica “Humanae
Vitae” del Beato Papa Pablo VI hasta el
Papa Francisco se han subrayado las ideas esenciales que había que proteger
para conservar no solo la salud demográfica del mundo, sino también la salud
social, emocional y personal de todas los humanos:
“La
alegría de los hijos hace palpitar los corazones de los padres y reabre el
futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un
problema de biología reproductiva, ni uno de tantos modos de realizarse. Y
mucho menos son una posesión de los padres”. (4)
Papa
Francisco
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