En un mundo plural y diverso, la palabra tolerancia ha ido
tomando importancia ante la globalización e interconexión del mundo para saber convivir con el otro cuando éste
piensa o es distinto de nosotros .Pero en el camino a la popularidad se le ha
asignado una esencia radicalmente distinta a su significado e intención que le
ha asignado la cultura del individualismo moderno, , rayando en la indiferencia
y el abandono.
Pero entonces ¿es tolerancia lo que se promueve en las
esferas políticas y organizaciones internacionales?
El concepto de la tolerancia
se origina en el latín tolerare (“soportar”) y hace referencia al nivel de
admisión o aprobación frente a aquello que es contrario a nuestra moral. Se
trata, en otras palabras, de la actitud que adoptamos cuando nos encontramos
con algo que resulta distinto a nuestros valores.(1)
Pero el concepto que se está manejando no es el del respeto
del “otro diferente” sino el de “todo se vale” o “todo tiene el mismo valor o
valía”. No es el derecho de no ser discriminado por las creencias o modo de vivir,
sino la eliminación de la categorización de valores, el aplanamiento del valor
e importancia de derechos y realidades.
Esto presenta un gran peligro al confundir la tolerancia con
relativismo, desnudándola de su característica de virtud a un simple método de
percepción.
La tolerancia que se predica protege y cobija una libertad
tan irrealmente amplia que busca liberarse de las consecuencias de los propios
acciones y amenaza la aceptación de una realidad objetiva que ya se ve en el rechazo
de la propia realidad biológica y anatómica de las personas y amenaza inclusive
el método de conocimiento humano de la realidad: la ciencia misma.
Además se ha manipulado hasta el punto que en su nombre se
niega el derecho a disentir y expresar el propio pensamiento sin tacharlo de
intolerancia y promover la represión del derecho de practicar y defender las propias
creencias en público como método de “hacer el mundo más tolerante”.
Esa tolerancia
moderna relativista raya en la indiferencia con la falta de interés por
el otro, que no impulsa la fe católica.
Este relativismo ha llegado a transgiversar de la gravedad de delitos y elevarlos a calidad de derechos humanos.
La fe católica ha enseñado la virtud de la tolerancia como la
cercanía al otro a pesar de no estar de acuerdo, de respetar su derecho a tener
sus convicciones, el respeto en el intercambio de opiniones siempre con el entusiasmo de compartir lo propio
y de señalar los beneficios de sus principios. Además ha señalado los peligros
de dejar que el relativismo rija la vida comunitaria.
Algunos de los efectos de la glorificación del “todo es válido
y digno de respeto” y que “cada quien viva su vida como quiera” ya se han
dejado sentir como lo es el aborto, la legalización de la pederastia en algunos
lugares, la promoción del homosexualismo como preferencia sexual sin
consecuencias y la eutanasia entre muchos.
Es hora de llamar las cosas por su nombre y no corromper el
sentido positivo que la tolerancia transmite al usarla para nombrar actitudes que
promueven indiferencia, abandono, aislamiento, ilegalidad y la pérdida de la
dinámica del encuentro, tan necesaria para todos los hombres .La confusión que
esta asociación produce puede enraizar estas actitudes aisladoras en una
cultura moderna de por sí individualista y poco solidaria.
Por Ana Elena Barroso
@mujer_catolica
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