Estamos de fiesta: hoy es el “cumpleaños” de Jesús.


 


 




¡Y cómo no estar de fiesta si  DIOS ESTÁ CON NOSOTROS!  Ése es el significado de Emmanuel, como nos lo dijo el apóstol San Mateo (1,23). Y por eso hoy, 25 de diciembre, antes o después de empezar con las celebraciones tradicionales, debemos aprovechar un buen momento ante el nacimiento para reflexionar con nuestros hijos qué implica para cada uno de nosotros el que Jesús haya nacido y que hoy estemos celebrando su cumpleaños. Tenemos mucho que aprender del Niño Jesús, y de eso se trata. Veamos:
Tan pequeñito pero tan obediente. Siendo Dios, no se rehusó a aceptar el Plan del Padre para salvarnos. Al contrario, aceptó pasar frío, incomprensión, pobreza, persecución, destierro, y muchas otras circunstancias desde su concepción y nacimiento, que podemos recordar si lo platicamos en familia.

 
Tan humilde aunque es Dios. Llegó al mundo sin adornos, ni lujos, ni posesiones, ni alardeando de su poder. Era tan sencillo que agradecía todo lo que se le ofreciera. No pedía más de lo que recibía y siempre se mantenía en paz. Tratemos de ser así nosotros.

 
Tan dulce y paciente. Nunca se exasperó, ni lloró por las incomodidades y las circunstancias, ni exigió que lo trataran como Rey. Veía a los hombres y a la naturaleza y recordaba muy probablemente la Creación, agradeciendo a Dios Padre por todo lo bueno que había hecho. Intentemos vivir respetando nuestra casa común.

 
Tan amoroso y misericordioso. Recibió a todos los que lo visitaron, ya fueran pastores o reyes, y a todos los trató igual. Y a los que no estuvimos ahí, nos ha traído la posibilidad de la salvación, la santificación y la felicidad eterna para los que la busquemos con todo el corazón. Procuremos vivir con misericordia tratando a todos con respeto y cercanía, a semejanza de Cristo.

 
Tan indefenso y frágil, aunque es la imagen de Dios invisible. Sus padres saben que el Niño es el Hijo de Dios, pero saben también que las obras de Dios son tan distintas a las de los hombres, que no dudan ni un instante de que aquel recién nacido es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”. Algo increíble para nosotros, los hombres del S. XXI, que solo creemos lo que es muy obvio. Empecemos a crecer en la fe.

 

 
Tan natural y sencillo, a pesar de ser Todopoderoso. Nació en una cueva rodeado de animales, no pidió privilegios ni comodidades. No se incomodó por nada material y dio por hecho que, puesto que ahí había nacido, es porque así lo quiso su Padre Dios.

 
Tan desprendido de sí mismo, que por eso se hizo hombre. Siendo Dios, nació como cualquiera de nosotros, menos en pecado, a todos igual. Se puso inmediatamente al servicio de los demás. Les dio a todos los que acudieron la oportunidad de conocerlo y adorarlo, de alegrarse con su llegada y de cumplir con lo que estaba escrito sobre Él.
 
 

Terminemos este ratito de reflexión rezando en familia, con todo el corazón puesto en ello,  con una oración tomada del Diario del Alma, de San Juan XXIII:

“Jesús ven a mi corazón: soy pobrecillo, pero te calentaré todo lo que pueda; a lo menos quiero que te complazcas de los buenos deseos que tengo de darte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por ti…Ven Jesús, tengo tantas cosas que decirte…Deseo adorarte, besar tu frente, oh pequeño Jesús, darme a ti de nuevo, para siempre. Ven oh Jesús, no tardes ya más. Acepta mi invitación y ven”

Y como en todo buen cumpleaños, antes de que se acabe la fiesta,  ¡saquemos el pastel! para cantar con todo nuestro cariño “Las Mañanitas” al Niño Dios, que hoy está celebrando el que lo reconocemos como “Dios con nosotros”.

¡Felicidades y muchas gracias, Jesús!




 Por: Dulce María Fernández G.S.

 

 

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