Hablamos
en el artículo anterior de la necesidad de educar, a semejanza de la Sagrada
Familia, con el ingrediente de la cariñoterapia, aplicando eso tan bonito que
nos dijo el Papa Francisco: “Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y
respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y
descifren su misterioso rostro.”
De
estas palabras podemos sacar unas muy buenas ideas para educar. Empecemos con lo de
·
“Reclínense”: Cuando nos
reclinamos, nos aproximamos para ver con más claridad lo que nos preocupa de
nuestros hijos. Nos ponemos a su altura. Además estamos dándonos un tiempo para
analizar antes de reaccionar. Así evitamos los arranques impulsivos y
violentos. Y un punto muy importante: busquemos el tiempo para arrodillarnos
ante Dios Nuestro Padre, para pedir la luz que nos falta para educar bien a
nuestros hijos. (Por eso el reclinatorio,
que generalmente se encuentra ante el Santísimo, es un mueble que tenemos que
usar muy a menudo.)
·
“con delicadeza”: lo que implica
ternura, sensibilidad, cariño, afecto y gusto por ayudarlo. La ternura nos
ayuda a tratar al otro con el cariño que demuestra lo mucho que nos importa. Y
la delicadeza también busca la prudencia para corregir sin ofender, pero sin
dejar de señalar lo que está mal. (La delicadeza también requiere abrazar,
apapachar y demostrar cariño con todos
nuestros actos, como se hace espontáneamente con un bebé, tratando al hijo de
acuerdo a la edad que va teniendo.)
·
“y respeto”: que se logra con humildad,
reconociendo en el otro a una criatura de Dios a la que no puedo ofender,
puesto que es totalmente digno. (Al
corregir, tengo que tratar de hacerlo con cortesía y recato, por más enojado
que yo esté, prestándole atención y demostrándole aprecio, estima, afecto, y
por lo mismo, tengo que establecer límites y
definir consecuencias derivadas de los actos no convenientes para él.)
·
“sobre el alma
profunda de su gente”:
y nuestra gente son nuestros hijos. Ellos efectivamente tienen un alma a la que
debemos ayudar, y para ello debemos de interiorizar, guardando en nuestro
corazón a semejanza de la Santísima Virgen, las pinceladas maravillosas que ha
puesto Dios en ellos: sus dones, sus carismas, su temperamento, sus
capacidades, para así nunca olvidar que tenemos una misión entre manos, y que
la felicidad de nuestros hijos depende de lo que logremos sacar de lo profundo
de su alma mientras estén bajo nuestra tutela. (Esto no quita que a ratos los
queramos ahorcar.)
·
“desciendan con
atención”:
y descender implica conocer el terreno, nunca precipitarse, para poder atender
a las necesidades específicas de ese hijo que sufre, o que está enfermo, que va
por mal camino, o que acaba de tener un fracaso. También implica ayudarlo a
discernir lo que le conviene, tanto en sus estudios, como su trabajo, en su
vocación, y sus decisiones de vida. (Nunca desistan, por más complicada que sea
la situación en ese momento o por más cansados de tanto luchar por sacar a los
hijos adelante.)
·
“descifren su
misterioso rostro”:
entiendan y comprendan lo que de único e irrepetible hay en cada hijo. Cuántas
veces nos encontramos sorprendidos porque no sabemos nada de ellos. No
conocemos sus gustos, sus miedos, sus aspiraciones, sus alegrías y
decepciones. Por eso nunca ignoren lo
más profundo que hay en él, ni duden de la gracia que Dios siempre tiene lista
para derramar en ese hijo nuestro, que aparentemente no nos quiere escuchar. (Siempre
veamos en nuestros hijos un alma que ha sido creada por Dios y que no es
perfecta, pero que por lo mismo nos llama a ver en ella el rostro de Cristo,
para que podamos descifrar ese misterioso rostro que nos tiene reservadas
tantas alegrías.)
De las palabras
del Papa Francisco aprendemos la cariñoterapia, que no es lambiscona,
pusilánime, melosa o corruptora. La
cariñoterapia necesita de la oración vigilante, que suplica continuamente al
Espíritu Santo para que nos de los dones necesarios para educar a nuestros hijos,
formando en ellos un corazón de santos.
¡Qué
mayor cariñoterapia podemos ofrecer!
Por: Dulce María Fernández G.S.
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