Cariñoterapia Dos: sus elementos


 

 



Hablamos en el artículo anterior de la necesidad de educar, a semejanza de la Sagrada Familia, con el ingrediente de la cariñoterapia, aplicando eso tan bonito que nos dijo el Papa Francisco: “Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro.”

 

De estas palabras podemos sacar unas muy buenas ideas para educar.  Empecemos con lo de

·       “Reclínense”: Cuando nos reclinamos, nos aproximamos para ver con más claridad lo que nos preocupa de nuestros hijos. Nos ponemos a su altura. Además estamos dándonos un tiempo para analizar antes de reaccionar. Así evitamos los arranques impulsivos y violentos. Y un punto muy importante: busquemos el tiempo para arrodillarnos ante Dios Nuestro Padre, para pedir la luz que nos falta para educar bien a nuestros hijos. (Por eso el  reclinatorio, que generalmente se encuentra ante el Santísimo, es un mueble que tenemos que usar muy a menudo.)

·       “con delicadeza”: lo que implica ternura, sensibilidad, cariño, afecto y gusto por ayudarlo. La ternura nos ayuda a tratar al otro con el cariño que demuestra lo mucho que nos importa. Y la delicadeza también busca la prudencia para corregir sin ofender, pero sin dejar de señalar lo que está mal. (La delicadeza también requiere abrazar, apapachar  y demostrar cariño con todos nuestros actos, como se hace espontáneamente con un bebé, tratando al hijo de acuerdo a la edad que va teniendo.)

·       “y  respeto”: que se logra con humildad, reconociendo en el otro a una criatura de Dios a la que no puedo ofender, puesto que es totalmente digno.  (Al corregir, tengo que tratar de hacerlo con cortesía y recato, por más enojado que yo esté, prestándole atención y demostrándole aprecio, estima, afecto, y por lo mismo, tengo que establecer límites y  definir consecuencias derivadas de los actos no convenientes para él.)

·       “sobre el alma profunda de su gente”: y nuestra gente son nuestros hijos. Ellos efectivamente tienen un alma a la que debemos ayudar, y para ello debemos de interiorizar, guardando en nuestro corazón a semejanza de la Santísima Virgen, las pinceladas maravillosas que ha puesto Dios en ellos: sus dones, sus carismas, su temperamento, sus capacidades, para así nunca olvidar que tenemos una misión entre manos, y que la felicidad de nuestros hijos depende de lo que logremos sacar de lo profundo de su alma mientras estén bajo nuestra tutela. (Esto no quita que a ratos los queramos ahorcar.)

·       “desciendan con atención”: y descender implica conocer el terreno, nunca precipitarse, para poder atender a las necesidades específicas de ese hijo que sufre, o que está enfermo, que va por mal camino, o que acaba de tener un fracaso. También implica ayudarlo a discernir lo que le conviene, tanto en sus estudios, como su trabajo, en su vocación, y sus decisiones de vida. (Nunca desistan, por más complicada que sea la situación en ese momento o por más cansados de tanto luchar por sacar a los hijos adelante.)

·       “descifren su misterioso rostro”: entiendan y comprendan lo que de único e irrepetible hay en cada hijo. Cuántas veces nos encontramos sorprendidos porque no sabemos nada de ellos. No conocemos sus gustos, sus miedos, sus aspiraciones, sus alegrías y decepciones.  Por eso nunca ignoren lo más profundo que hay en él, ni duden de la gracia que Dios siempre tiene lista para derramar en ese hijo nuestro, que aparentemente no nos quiere escuchar. (Siempre veamos en nuestros hijos un alma que ha sido creada por Dios y que no es perfecta, pero que por lo mismo nos llama a ver en ella el rostro de Cristo, para que podamos descifrar ese misterioso rostro que nos tiene reservadas tantas alegrías.)

 
 

De las palabras del Papa Francisco aprendemos la cariñoterapia, que no es lambiscona, pusilánime, melosa o corruptora.  La cariñoterapia necesita de la oración vigilante, que suplica continuamente al Espíritu Santo para que nos de los dones necesarios para educar a nuestros hijos, formando en ellos un corazón de santos.

 

¡Qué mayor cariñoterapia podemos ofrecer!
 
 
 
Por: Dulce María Fernández G.S.

 
 
 
 

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