La “Cariñoterapia” para sanar al mundo: Papa Francisco (1a parte)


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Probablemente aún tenemos fresca en la memoria la visita del Papa Francisco a México. Seguro que recordamos muchas anécdotas y algunos de sus consejos que dichos con tanta sencillez nos conmovieron en algún momento. Pero en esta ocasión hablaremos específicamente de ese consejo que dejó caer como si nada, y que es un gran ingrediente para educar de manera acertada a nuestros hijos.

En esta sociedad se están socavando rápidamente los fundamentos morales de la existencia humana, y el mundo espera de nosotros el fuerte testimonio cristiano en todos los ámbitos de la vida personal y social. Esto incluye la educación de los hijos.
 

 Ese testimonio cristiano lo tienen que encontrar también nuestros hijos dentro de ese hogar amoroso, unido, comprensivo que debería ser nuestra casa. Ese hogar que tiene reglas claras, pero que siempre recibe de modo especial al que sufre, para abrazarlo y decirle que Jesús lo quiere mucho y que siempre está a su lado.
 
 

Nuestra casa debe ser en el día a día un lugar de oración, porque la oración ilumina nuestros ojos para saber ver a los demás como los ve Dios, para amarlos como los ama Dios. ¡Y qué mejor manera de descubrir en nuestros hijos una persona llena de dones y al mismo tiempo con muchos defectos,  un alma sedienta de cariño, un alma necesitada del amor total que solo Cristo da!  Viendo desde esa perspectiva a nuestros hijos, podremos educar mucho mejor: sin violencia, con buenos límites y mejores modos.

 No podemos esperar a que surjan los problemas para rezar desde el corazón, porque tenemos una gran responsabilidad: Dios nos confió a los hijos para que hagamos de ellos santos, es decir fieles imitadores de Cristo, futuros ciudadanos del cielo, que es lo que realmente importa.   

Y como por más que intentemos, a ratos nos sacan de nuestras casillas y no sabemos ni por dónde empezar,  y porque educar en estos tiempos es más difícil que antes, vamos cultivando desde que son chiquitines el ingrediente recomendado por el Papa Francisco: la cariñoterapia.
 
 

 Y con esto no debemos entender que apliquemos exceso de mimos, ni un cariño empalagoso que les acaba hartando (especialmente cuando son adolescentes), ni una tolerancia que va a traer graves consecuencias en su futuro, ni un “dejar hacer y dejar pasar”, ni tampoco “empoderar” como se dice ahora cuando el hijo es el que manda en el hogar.

La cariñoterapia es “bordar fino” en cuanto a la educación de los hijos se trata. Porque hay que corregir, pero sin desanimar; hay que llamar la atención, pero nunca con golpes, malos modos, ni malas palabras; hay que aprender a ver con los ojos de Dios al chico que tenemos enfrente y que con su actitud nos está pidiendo ayuda, sin saber cómo hacerlo.

Pensemos mucho en el tipo de educación que se dio en la Sagrada Familia. No podemos imaginar a un San José dándole golpes a Jesús. Tampoco imaginamos  a María gritándole a su hijo, ni hablándole con motes como “eres un desastre”. Recordemos siempre que ellos educaron a su hijo con paciencia, con respeto, con cariño, con magnanimidad, viéndolo crecer  y meditando todo en su corazón.  Le dieron el tiempo necesario para que desarrollara su intelecto: sabía leer y escribir; su oficio: aprendió de su padre la carpintería;  su personalidad: nunca le reclamaron  con malas actitudes cuando él “estaba haciendo las cosas de su padre”. Supieron con esa cariñoterapia, gracias a la oración, darle tiempo al tiempo para que Jesús se manifestara cuando llegara su hora. Le dieron la oportunidad de madurar como hombre, aun sabiendo que era Dios.

El Papa Francisco nos recomienda la cariñoterapia para tratar a todas las personas, especialmente a los ancianos, a los enfermos, a los marginados, a los migrantes  a los que tienen una gran necesidad de ser entendidos .(Y si lo analizamos, tenemos a todos ellos  en nuestra familia.)   

 

Nos dice:
 
“Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro.”
 
¡Que preciosa manera de pensar en cómo educamos a nuestros hijos, pues ellos son nuestra gente. Merecen que apliquemos con ellos la gran terapia del amor: la cariñoterapia.
 
 
Por:Dulce María Fernández G.S.

 

 

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