El carnaval, como todos sabemos, es una fiesta popular
que consiste en mascaradas, comparsas, bailes y regocijos bulliciosos.
Son tres días que preceden al miércoles de
ceniza y que en muchos lugares ya son de ocho días, toda una semana y hasta
diez y doce días. Es una expansión que nos atrae y nos envuelve en su loca
alegría, un tanto disparatada y desbordante, quizá por el hecho de vivirla en
la incógnita de un disfraz y un antifaz enigmático... Esta especie de
desbordamiento festivalero nos trae a la
mente el deseo de todo ser humano de
desembarazarnos de las preocupaciones, de aligerar nuestros hombros de la carga
de obligaciones cotidianas y de dar "rienda suelta" al placer y a la
alegría. Pero … ¡cuidado ! pues pudiéramos caer en la inmadurez de llegar a
creer que la vida es semejante a un
carnaval... Y así vamos por el mundo tratando de mostrar un rostro y un
ropaje que no son los verdaderos. Parece que somos una cosa y somos otra en
realidad.
¡ Cómo nos cuesta llevar el rostro
descubierto y mirar a los ojos a nuestros semejantes !.Nos vamos dejando
arrastrar por el torbellino de las comparsas, por la inconsciencia, un poco
infantil del que baila, ríe y canta y no sabe ni por qué, pero ahí vamos... y
de repente al doblar una esquina nos encontramos cara a cara con la enfermedad,
con el dolor, quizá con la muerte.
Debemos ser alegres, optimistas, cantar,
bailar y reír pero sin olvidar lo
trascendental que es nuestra existencia aquí en la Tierra. Bien claramente
podemos ver un simbolismo en el hecho de que después de los días de carnaval,
aparece el miércoles de ceniza.
Para los católicos es el Día, es la puerta que se nos abre para que
durante cuarenta días hagamos penitencia y oración. Esta penitencia y oración
no es para que aparezcamos ante los ojos de los demás con caras largas y
tristes. " Cuando ayunes, úngete
la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre
que ve en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará "
( Mt.6 16-18 ).
La
Cuaresma tiene que ser un tiempo de sacrificio y de entrega como preparación
para la gran fiesta de la Pascua. El cristiano puede poseer la alegría más
profunda y verdadera, la que jamás termina, porque cree en Dios, ama a Dios y
espera en Dios.
Empecemos pues, con el mejor de los ánimos, alegres y comprometidos, una
cuaresma de más intimidad con Dios, por el cauce de la oración y el sacrificio
que desembocará en la Pascua o Resurrección de Jesucristo y que nos llenará de
una gloriosa alegría.
por: MARÍA
ESTHER DE ARIÑO
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