Hemos hablado sobre la
Confesión en el sentido del Sacramento más alegre entre todos los otros. Pero
¿qué sucede? Nosotros hemos ido perdiendo interés en la Confesión porque no nos
damos cuenta de la inmensa alegría que implica el recuperar la amistad con Jesucristo.
Vamos a confesarnos muy
discretamente y muy de vez en cuando, probablemente cuando ya no podemos más
con los remordimientos, o porque algo nos sucedió que nos puso alertas. El
origen de esta escasa afición por el confesionario quizá sea el mismo que el de
nuestro aburrimiento al ir a Misa: la ignorancia de las maravillas que Dios
hace en nuestras vidas.
Nosotros creemos siempre que
la religión consiste en lo que hacemos por Dios: le rezamos, le pedimos, le
alabamos; y en cuanto a la Confesión, nuestro examen de conciencia desagradable
e inquietante, acercarnos al confesionario en donde vamos a cerrar por que el
público ya nos vio, la manifestación de nuestras faltas, la penitencia que nos
toca rezar, enmendar o reparar, etc. Y creemos que todo lo hacemos nosotros.
Pero NO, el sacramento de la
Penitencia es el sacramento del perdón de
Dios. La Penitencia son todas las grandes maravillas que Dios ha hecho por
nosotros. Es la manifestación de su amor, de su bondad y de su misericordia,
que nunca se ha visto con tanta claridad como en este don perfecto, el don del
perdón. Ahí es donde conocemos el fondo
del corazón de Dios. Nos sucede lo que a los niños que nunca reconocen,
hasta que están enfermos, hasta dónde puede llegar el cariño y la entrega de su
madre por ellos.
Dios es gracia, pero ¿dónde lo
podremos comprender mejor que cuando él nos “agracia” con su perdón? Solamente
Dios puede perdonar los pecados; solamente Dios es capaz de hacer de cada una
de nuestras faltas, una bendita falta, a fín de que nos acordemos siempre del
cariño paternal que se ha revelado en aquella ocasión.
Debemos de frecuentar este
maravilloso sacramento del amor de Dios no con nuestros criterios, ni con
nuestra mirada, ni con nuestra medida. Tenemos que ir a la Confesión con la
medida del amor de Dios.
La Confesión es un encuentro
con Cristo un contacto con él, una experiencia de su extraordinario poder de
resurrección y de vida. El sacramento de la penitencia es un descubrimiento del
amor y de la bondad del Padre. Dios nos dice una cosa en la absolución
sacramental: que nos ama, que nos perdona, que nuestro arrepentimiento y su
gracia han logrado de nuevo hacernos hijos suyos. El sacerdote nos transmite el
mensaje de que Dios nos ama, que nos perdona, que se alegra de perdonarnos más
que lo que nosotros nos alegramos al sentirnos absueltos.
Por todo eso, porque en la
Confesión vamos a encontrarnos con el Amor de Dios Nuestro Señor, tenemos que
prepararnos muy bien para recibir su gracia. Y prepararnos bien implica un verdadero
examen de conciencia, un verdadero arrepentimiento o dolor de corazón, un
propósito de no volver a caer en lo mismo, decir los pecados al sacerdote, y
cumplir la penitencia.
Pero de todo esto
hablaremos próximamente. Mientras vayamos despertando en nosotros el deseo de
acercarnos a Cristo como verdadero amigo que nos espera ansioso hasta que
llegamos a hablar de lo nuestro con él.Por: Dulce María Fernández G.S.
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