El Regalo de la Confesión. 2ª. Parte


 

 
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Hemos hablado sobre la Confesión en el sentido del Sacramento más alegre entre todos los otros. Pero ¿qué sucede? Nosotros hemos ido perdiendo interés en la Confesión porque no nos damos cuenta de la inmensa alegría que implica el recuperar la amistad con Jesucristo.

Vamos a confesarnos muy discretamente y muy de vez en cuando, probablemente cuando ya no podemos más con los remordimientos, o porque algo nos sucedió que nos puso alertas. El origen de esta escasa afición por el confesionario quizá sea el mismo que el de nuestro aburrimiento al ir a Misa: la ignorancia de las maravillas que Dios hace en nuestras vidas.

Nosotros creemos siempre que la religión consiste en lo que hacemos por Dios: le rezamos, le pedimos, le alabamos; y en cuanto a la Confesión, nuestro examen de conciencia desagradable e inquietante, acercarnos al confesionario en donde vamos a cerrar por que el público ya nos vio, la manifestación de nuestras faltas, la penitencia que nos toca rezar, enmendar o reparar, etc. Y creemos que todo lo hacemos nosotros.

Pero NO, el sacramento de la Penitencia es el sacramento del perdón de Dios. La Penitencia son todas las grandes maravillas que Dios ha hecho por nosotros. Es la manifestación de su amor, de su bondad y de su misericordia, que nunca se ha visto con tanta claridad como en este don perfecto, el don del perdón. Ahí es donde conocemos el fondo del corazón de Dios. Nos sucede lo que a los niños que nunca reconocen, hasta que están enfermos, hasta dónde puede llegar el cariño y la entrega de su madre por ellos.

Resultado de imagen de confesiónDios es gracia, pero ¿dónde lo podremos comprender mejor que cuando él nos “agracia” con su perdón? Solamente Dios puede perdonar los pecados; solamente Dios es capaz de hacer de cada una de nuestras faltas, una bendita falta, a fín de que nos acordemos siempre del cariño paternal que se ha revelado en aquella ocasión.

 
 
 
Debemos de frecuentar este maravilloso sacramento del amor de Dios no con nuestros criterios, ni con nuestra mirada, ni con nuestra medida. Tenemos que ir a la Confesión con la medida del amor de Dios.

La Confesión es un encuentro con Cristo un contacto con él, una experiencia de su extraordinario poder de resurrección y de vida. El sacramento de la penitencia es un descubrimiento del amor y de la bondad del Padre. Dios nos dice una cosa en la absolución sacramental: que nos ama, que nos perdona, que nuestro arrepentimiento y su gracia han logrado de nuevo hacernos hijos suyos. El sacerdote nos transmite el mensaje de que Dios nos ama, que nos perdona, que se alegra de perdonarnos más que lo que nosotros nos alegramos al sentirnos absueltos.

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Por todo eso, porque en la Confesión vamos a encontrarnos con el Amor de Dios Nuestro Señor, tenemos que prepararnos muy bien para recibir su gracia. Y prepararnos bien implica un verdadero examen de conciencia, un verdadero arrepentimiento o dolor de corazón, un propósito de no volver a caer en lo mismo, decir los pecados al sacerdote, y cumplir la penitencia.
Pero de todo esto hablaremos próximamente. Mientras vayamos despertando en nosotros el deseo de acercarnos a Cristo como verdadero amigo que nos espera ansioso hasta que llegamos a hablar de lo nuestro con él.

  
Por:   Dulce María Fernández G.S.

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