En este día de la mujer, la mirada a los logros alcanzados
hasta ahora en equidad de género es una constante. Pero a estos análisis y vitorees
por muchos de los merecidos logros les falta una perspectiva geográfica y
cultural muy importante. No todas las mujeres del mundo son iguales y, sin
embargo, se les ha aplicado la misma receta feminista para alcanzar un muy
necesitado respeto y trato digno.
Tal es el caso de la mujer latinoamericana, que ya ha
alcanzado ser mayoría en todos los niveles educativos de muchos de sus países y
ha tenido una presencia más notoria en puestos de empresas privadas en
comparación con otras regiones del mundo. (1)
Pero la mujer latinoamericana es distinta y tiene sus
valores culturales todavía muy arraigados: la familia, los hijos, los abuelos,
la cohesión familiar que no se han
diluido todavía. Por eso tiene una ventaja
en tiempo y espacio para lograr una equidad balanceada. Para poder direccionar
los logros de igualdad con una perspectiva más adaptada a su cultura y más
adecuada a ella, a diferencia de las mujeres de países más desarrollados que se
han encontrado acorraladas por una cultura de equidad castrante de todas sus
capacidades femeninas e indiferente a
sus necesidades especiales para ser empujadas a cumplir con expectativas
masculinas y de pura producción económica.
Así lo expresan “exitosas” mujeres del primer mundo que
mirando hacia atrás hubieran querido que la equidad se adaptara un poco más a
ellas, que las enfrentara menos con los hombres, que no las hicieran renegar de
su feminidad, o usar sus mejores energías en un trabajo extenuante mientras sus
hijos los cuidan otras personas, o ser altas ejecutivas pero estar solas. Y que
abogan por un “feminismo Evolucionado” (2)
Inclusive las latinas tienen la posibilidad de aprender de
las lecciones que las redefiniciones culturales de estos países les pueden dar,
especialmente en el área sexual. Las mujeres de estos países donde más
diversidad y libertad sexual se ha dado han encontrado una vida menos saludable
y mucho más riesgosa, como es el caso de las lesbianas y las transexuales que
sufren de porcentajes más altos de enfermedades mentales a largo plazo y
problemas de alcoholismo y drogadicción más elevados que las heterosexuales. (3)
La fe católica ha vivido junto a ellas estas etapas
históricas que han dejado su huella en tantas mujeres insistiendo en la importancia de su respeto como mujer en
todos los ámbitos de la sociedad y ha alzado la voz ante los abusos hacia ella,
como hace 2000 siglos lo hizo Jesús ante sus contemporáneos:
Además ha defendido la grandeza y la riqueza especial que
tiene la mujer latinoamericana y que no se puede sustituir con nada. Ha
denunciado la objetivación mediática, la esclavitud sexual y trata de personas
y el abandono de madres solteras, divorcio y aborto.
Hacia su mismo interior, la Iglesia ha recibido e integrado
la colaboración de millones de mujeres desde siempre. Hoy en día constituyen la
mayoría de los miembros activos de parroquias, movimientos laicos y órdenes
religiosas (4), dejándolas ser mujer (y siempre con problemas humanos como los
hay en toda organización), y desarrollar su propio estilo de liderazgo y
trabajo al interior de las organizaciones eclesiásticas, laicas y de asistencia
social.(5)
Todavía es tiempo para las mujeres de Latinoamérica de abrir los ojos y aprender lecciones de vida
de las mujeres de países desarrollados, tomando lo mejor de su gran aportación
al mundo y a la equidad de género y advirtiendo los peligros que las ramas radicales han dejado entrar al
mundo femenino.
Por Ana Elena Barroso
@mujer_catolica
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