Para recorrer el camino de cuaresma en familia, una dieta espiritual balanceada.


 

 
 
 
 

Como nos dijo el Papa Francisco en su homilía del 8 de enero de 2015, “La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar.”

 

Y en octubre del 2016, también nos dice: “La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia.”

 

Y aquí es donde nos entra la duda: ¿Cómo vivir este tiempo en familia, para que nuestros niños entiendan el significado del ayuno, la oración y la limosna?

 

 Lo primero que tenemos que recordar es que ellos están pendientes de lo que nosotros hacemos, más que  de lo que decimos. Y por ello es necesario VIVIR esta Cuaresma con entusiasmo, con compromiso, con convicción, con cara  amable, sonrisa atenta y mano extendida. Debemos de darles el ejemplo de nuestra preparación personal para seguir a Jesús, para acompañarlo estos días y para hacer lo que Él nos enseña: amar hasta el extremo.

 

El camino de la Cuaresma es como realizar en esos 40 días mucho ejercicio para perder la “grasa” del egoísmo y del pecado que nos engorda y mata, para ganar los “músculos” espirituales que nos faltan y para lograr acompañar e imitar al gran triunfador Jesús, Nuestro Salvador, el Domingo de Resurrección.

 

Por eso, es una conversión lo que intentamos realizar y sólo se convierte el que está decidido a cambiar de ruta  para seguir el camino recorrido por Cristo. Porque la conversión invariablemente tiene un premio. La Iglesia nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando. Así nos lo dijo el Papa Francisco cuando vino a México.

 

Empecemos a revisar cuál sería nuestro plan de principio a fin. Un atleta de Cristo espera mejorar su condición para convertirse de todo corazón a través de 3 esfuerzos principales.

 

Ayuno: Que no es indicado para los pequeños, los ancianos y los enfermos. Pero que se puede sustituir a cualquier edad por el ayuno de malas palabras, de malas caras, de malos modos. Y los que sí puedan privarse de alimento, que lo hagan sin que los demás lo noten. No es una dieta mundana por la que hay que padecer o demostrar que nos estamos esforzando.  Es privarnos de algo que nos guste para reducir nuestra hambre de egoísmo, de placer o de tener. (Vamos reduciendo “grasa” para tener un corazón sin tanto peso para voltear a ver a Cristo.)

 

Oración: Recordando que no es repetir frases ya hechas, sino más bien permitir que nuestro corazón quiera platicar con Jesús con palabras amorosas, sencillas, y que todos podemos entender. Es ejercitar nuestra manera de “llevarse bien” con quien tanto nos ama. Es mejorar nuestra manera de escucharlo al visitarlo por ejemplo en el Sagrario. Es aprender a hacer silencio para que Él me hable personalmente. (Eso es fortalecer nuestros  “músculos espirituales”)

 

Limosna: Mejorar la relación con nuestros hermanos. Porque no se da limosna solo con comida, monedas o ropa usada. Se practica la misericordia con la escucha, el cariño, la atención, la paciencia, el tiempo. (Así seguimos los pasos de Jesús Misericordioso, que pasó haciendo el bien, a pesar de que la estaba pasando muy mal.)

 

Para otra ocasión dejamos las ideas que podríamos realizar si queremos vivir la Cuaresma como Dios manda, es decir, a todo pulmón, pero sin que se nos note el esfuerzo. Nuestros hijos merecen aprender de nosotros el modo que tenemos los cristianos de seguir a Jesús.
 
 
 
 Por:  Dulce María Fernández G.S.

 

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