Las generaciones se suceden
unas a otras. Los tiempos cambian, estilos de vida, de comportamiento, y modo
de ver las cosas, de manejar conceptos e ideas, pero los valores permanecen
inmutables ya que si los desvirtuamos terminarán por no serlo. Es cierto que en
generaciones atrás se vivía en los hogares bajo la voz de mando del “jefe”, del
cabeza de familia, del señor “amo”. La mujer no osaba levantar los ojos y su voz no se oía ni para
defender a los hijos que en muchas ocasiones eran castigados con rigor y a
veces injustamente. Hoy en día, el péndulo en el ambiente hogareño se ha ido al
otro extremo. Hubo un intermedio, una transición entre esto y algo diferente.
Ese cambio les tocó a nuestros padres, que si bien abandonaron el influjo del
miedo y el poderío autoritario, quizá por un recuerdo doloroso, supieron darnos
ternura y comprensión pero sin dejar de mostrarnos su jerarquía donde el
respeto y la obediencia se unían al amor.
Quizá no había tanta
comunicación como la que ahora se presume, ¿pero existe realmente comunicación
entre los padres y los hijos de hoy ?. Al diálogo, la charla, la confidencia se
las llevó “el viento”, el viento de la prisa, el viento duro del apremio, el
viento contumaz y envolvente del “ no tengo tiempo” … El padre no tiene tiempo,
la madre no tiene tiempo y los hijos tampoco tienen tiempo. Ya no se habla.
Cada quién tiene su espacio y están empezando a ser todos unos extraños en su
propio hogar.
La transición de la que
hablamos nos alcanzó a nosotros, los padres de ayer y los de hoy, que imitamos
esa conducta que nos pareció buena para educar a nuestros hijos, pero hoy, en
el afán de romper con todo lo “anterior”, con todo lo tradicional, se está
exagerando y ya estamos viendo los resultados y consecuencias.
Es cierto no hay
mucho tiempo pero no es la cantidad sino la calidad. Libertad para los hijos
pero guiados con amor y comprensión y sin perder jamás la jerarquía y el
respeto. En la educación de los hijos no cabe ni el egoísmo ni la comodidad de
los padres, es un continuo sacrificio y una dedicación total.
Tener la fuerza y
la autoridad para decirles “NO” a lo que
no les conviene. Cuando sean hombres y mujeres de bien nos lo agradecerán.
Por: MARÍA ESTHER DE ARIÑO.
Comentarios
Publicar un comentario