Cuando los años pasan y las
etapas de vida diferentes, se han ido viviendo una a una, como si en una vida hubiera muchas
vidas…. Infancia o niñez, adolescencia, juventud, madurez, ancianidad…
Todas ellas han sido
diferentes, todas han tenido en su momento su sentido, sus alegrías y sus
penas.
Todas han llegado, unas con
más rapidez que otras, por lo menos a nuestro sentir personal…. Pero han
llegado y ¡han pasado!.
Ya se fueron y llegó la
última etapa. Esa etapa que para unos empieza, quizá, demasiado temprano con
enfermedades, achaques y limitaciones…
otras, un tiempo después, como si el organismo aún quisiera “retrasar”
esa etapa que sabemos que es la última…
Por eso vemos ancianos aún
ágiles, con el brillo en la mirada que todavía tiene reflejos de juventud, que
sus manos son firmes y la mente clara y en plena actividad.
Si eso sucede así, ¡que
bueno !, pero vamos más allá.
Cuando los movimientos son torpes,
cuando los huesos buscan el rayo del sol para sentir su calor, cuando la vista
se va perdiendo y el oído también… esos ancianos parecen pajarillos que ya
perdieron sus alas y ya no pueden volar…
Ellos están en la vida pero
la vida no está en ellos.
La vida es ese ruido
continuo, ese pasar y pasar de las personas, esas, las de las “otras etapas”….
que casi no se detienen, que siempre tienen prisa y que prometen quedarse a
oír, quizá lo mismo mil veces contado, pero que
“ahora” no hay tiempo… quizá más tarde, quizá mañana…
Los viejos siempre están
ahí, en el mismo sillón, en el mismo cuarto…. Puede que les llegue el sonido de
alguna música, pero… ahí es cuando llega el recuerdo de alguna melodía de sus
años jóvenes… tal vez algún vals… pero la música que ahora escuchan nada tiene
que ver con la de sus recuerdos…
Es por eso que lo viejos se
quedan callados …se quedan en silencio ¡ hay dentro de ellos tantos recuerdos !
Su interior es como un
gran álbum : fotografías en tono sepia,
imágenes que llegan y se van deshaciendo en la bruma del pasado. Ecos de voces,
lugares, momentos que son los compañeros inseparables de días y noches que ya
no tienen un mañana… están ahí, dentro, muy adentro y que son a veces la única
compañía que pertenece a su soledad.
Por eso los viejos tienen un
silencio que impresiona.
El silencio de los viejos
tiene el misterio de lo ya vivido, de lo secreto, de lo que se quedó guardado
para siempre como algo íntimo y sagrado.
El silencio de los viejos a
veces se parece a un sueño… si, parece que están dormidos, pero no, tienen los
ojos cerrados como si ya no les interesara lo que pasa afuera… prefieren
recogerse y quedarse en el silencioso laberinto de su mundo interior, ese, que
ya dejaron de contar, y que es ahora, solamente suyo.
Y sin saber por qué, no lo
dicen o no tienen a quién decírselo, les acompaña una frase que siempre late en
el compás de su corazón : ¡ QUÉ
PRONTO SE HIZO TARDE !
Paso ahora a transcribir algo que creo a todos
nos ha de agradar leer y poner en práctica:
“BENDITOS sean aquellos que entienden lo torpe de mi caminar y la pocoa
firmeza de mi pulso.
BENDITOS sean aquellos que comprenden que ahora mis oídos se esfuerzan por oír las cosas que ellos dicen.
BENDITOS sean aquellos que parecen comprender que mis ojos están empañados y mi sentido del humor es limitado.
BENDITOS sean aquellos que disimulan cuando derramo el café sobre la mesa.
BENDITOS sean aquellos que con una sonrisa amable se detienen a charlar conmigo unos momentos.
BENDITOS sean aquellos que comprenden mis faltas de memoría y que nunca me dicen ya has repetido dos veces la misma historia.
BENDITOS sean aquellos que saben respetar recuerdos de un pasado feliz.
BENDITOS sean aquellos que me hacen saber que soy querido y respetado y que no estoy solo.
BENDITOS sean aquellos que saben lo difícil de encontrar fuerza para llevar la cruz de mis años.
Y BENDITOS sean aquellos que con amor, me permitan esperar con tranquilidad el día de mi partida …. “
BENDITOS sean aquellos que comprenden que ahora mis oídos se esfuerzan por oír las cosas que ellos dicen.
BENDITOS sean aquellos que parecen comprender que mis ojos están empañados y mi sentido del humor es limitado.
BENDITOS sean aquellos que disimulan cuando derramo el café sobre la mesa.
BENDITOS sean aquellos que con una sonrisa amable se detienen a charlar conmigo unos momentos.
BENDITOS sean aquellos que comprenden mis faltas de memoría y que nunca me dicen ya has repetido dos veces la misma historia.
BENDITOS sean aquellos que saben respetar recuerdos de un pasado feliz.
BENDITOS sean aquellos que me hacen saber que soy querido y respetado y que no estoy solo.
BENDITOS sean aquellos que saben lo difícil de encontrar fuerza para llevar la cruz de mis años.
Y BENDITOS sean aquellos que con amor, me permitan esperar con tranquilidad el día de mi partida …. “
Por: MARÍA ESTHER DE ARIÑO.
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