Es
cierto. Últimamente podemos aplicarnos el dicho “llueve sobre mojado”. No acabamos de apoyar suficientemente a Chiapas, Tabasco, Veracruz, Guerrero,
Tabasco, etc., cuando nos llega otra nueva catástrofe, afectando ahora a la
Ciudad de México, Puebla, Morelos y no sabemos exactamente cuántas otras
localidades de nuestro vasto territorio.

Parece
que es una exageración decir lo anterior, pero nuestros valores universales
tienen un gran trasfondo cristiano. Y si no es así, díganme ¿Quién sino Cristo
nos enseñó a servir, a perdonar, a amar, a tener empatía, a desplazarse a donde
alguien sufre, a comprender, a escuchar, a solucionar organizadamente, a
desprenderse de lo propio, a defender, a salir al paso de las necesidades de
los otros? Para quien no lo tenga claro, ¡hay que leer el Evangelio¡

Valiosa
es también nuestra fe en María de Guadalupe. ¡Cuánto tenemos que agradecerle!
El consuelo de sus palabras nos ha mantenido con calma, porque, ¡cuántos
pensamos en ella cuando la tierra temblaba! Y cuantos rezamos en voz alta,
junto con los otros, el Padre Nuestro y el Ave María. Cuántos recordamos “¿No
estoy yo aquí que soy tu Madre?” y dejamos nuestra vida en sus manos.
Y
a pesar de todos los fallecidos y de tanto dolor en las familias por los hijos
y los parientes muertos, aunque todo esté reciente, María es la única que nos
puede consolar. Ella comprende nuestro dolor, porque también perdió a su Hijo.
Pero Cristo resucitó, y gracias a ello, nosotros también tenemos la certeza de
la resurrección.
Por
eso, después de todas las calamidades que nos han sucedido, pongamos todo
nuestro corazón en ayudar a los demás, a ejemplo de Cristo y de su Madre. Y
apliquemos los principios de la doctrina social de la Iglesia, uno de los
cuales es la solidaridad. Que no nos venza el egoísmo y sepamos obedecer
instrucciones para servir mejor.
¡Así es como vive un verdadero discípulo de Cristo!
Por: Dulce Fernández
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