El Papa
Francisco nos
dice sin excepción alguna, a TODOS, a todos porque todos somos hijos
de Dios: “NO
TENGAS MIEDO A LA SANTIDAD. NO TE QUITARÁ FUERZAS, NI VIDA NI
ALEGRÍA. TODO LO CONTRARIO, PORQUE LLEGARÁS A SER LO QUE EL PADRE
PENSÓ CUANDO TE CREÓ Y SERÁS FIEL A SUS PROMESAS.
“
No
es bueno perderse en la ensoñación de un futuro grandísimo.
Queremos ser mejores, queremos superarnos pero haciendo algo que
realmente sea una proeza, ¡qué se vea!, queremos alcanzar la
perfección y tal vez la santidad, pero... eso será mañana porque
ahora estamos muy ocupados, tenemos miles de problemas, tal vez
cuando estos se resuelvan... Todos nuestros buenos propósitos se
quedan en "eso" para un mejor momento, para mañana...Y
cuando la vida se nos va y nos damos cuenta que es esa vida, que son
la suma de los instantes, de las horas, los días y los años en que
vamos dejando pasar todas y cada una de esas pequeñas cosas que
podrían se fruto de nuestra lucha por mejorar porque en las cosas
pequeñas está la verdadera santificación si las sabemos vivir, si
sabemos convertir lo ordinario en lo extraordinario.
Si
queremos realizar este milagro en nuestra vida pensemos en Cristo:
Fue Dios tanto en la Cruz como cuando niño ayudando a María su
madre en las cosas del hogar, obedeciendo a José en el trabajo
humilde y sencillo de la carpintería, en una y mil cosas pequeñas
con las que fue formando su vida hasta hacerse hombre.
Es difícil
que siguiendo los pasos de Cristo dejemos todo y nos pongamos a
predicar, a ser apóstol recorriendo el mundo, es difícil que
seamos mártires dando la vida por defender nuestra fe, pero sí lo
podemos imitar en lo que fue su vida oculta, en la rutina de las
cosas de todos los días, esas que nos parecen tan insignificantes,
tan simples que no les damos la mayor importancia.
En nuestro diario
convivir con los demás ¿por qué no somos más generosos? ¿por qué
pensamos solo en nosotros?.Si en todas las cosas, por pequeñas que
sean, ponemos el máximo esfuerzo en hacerlas bien, el resultado será
en la suma de todas ellas al final de la jornada, un día bueno, un
día santo.
No
tenemos que ir al encuentro de cosas grandes, de grandes sacrificios,
grandes ayunos, grandes renunciaciones, grandes proezas, no, las
cosas simples, pequeñas, vendrán a nosotros, saldrán a nuestro
paso con el diario vivir y es entonces cuando tenemos que tener el
ánimo presto, la voluntad decidida:
El momento heroico de saltar de
la cama, a su hora, para no llegar tarde y cumplir con nuestro
deber, ese trabajo que tanto nos fastidia, hacerlo con gusto, con
amor, esa sonrisa al compañero, ese buscarle alguna virtud en vez de
dejarnos llevar por la fácil pendiente de la crítica, ese saber
escuchar, ese templar la voluntad no saboreando la golosina que nos
ofrecen, ese saber esperar un rato más para saciar nuestra sed, esa
valentía de no escudarnos en la mentira fácil, esa forma de estar
siempre dispuestos a servir en vez de ser servidos, ese saber ofrecer
cualquier contrariedad, incomodidad o dolor para todas estas cosas
que quieren sacarnos de quicio, esa esperanza, esa fe, esa caridad en
cuanta cosa nos toca vivir en nuestro día, ese toque de alegría en
nuestra rutina, esa paz que tenazmente pretendemos poner o dejar en
el corazón de los demás, esa conformidad para las cosas inevitables
aceptándolas, aprendiendo a decir en todos los momentos:-"Hágase
Tu Voluntad".
No
esperamos a "ese mañana" cuando todas las cosas estén en
perfecto estado y a nuestro gusto.
Empecemos hoy, ahora, en este
mismo momento. Antes de que nos podamos dar cuenta se nos presentará
la oportunidad de santificarnos en estas cosas tan nuestras de todos
los días... en las cosas simples, en las cosas pequeñas, esas que
no nos dan más, esas son, las que harán que nuestra vida merezca
ser vivida en todo lo que vale.
Comentarios
Publicar un comentario