Reflexionando ante el Sagrario...
Señor,
hoy vengo ante tí con un propósito que se que no es fácil... y
necesito de tu ayuda.
Casi
siempre al oír la palabra GENEROSIDAD, nos viene a la mente otra
palabra: DAR, y unida a esta palabra el pensamiento de las limosnas a
los menesterosos, donativos o aportaciones a la Iglesia, a la
Parroquia, a los Seminarios, a la Becas para niños sin recursos,
etc., en fin, todo lo que resulta de la GENEROSIDAD en cuanto a ayuda
material en lo económico se refiere.
No
cabe duda que es bueno, como bueno es que revisemos si haciendo un
esfuerzo podemos aumentar esa GENEROSIDAD, pero sabemos que hay una
GENEROSIDAD que no es dar sino DARNOS. Quizá esa generosidad nos
cuesta más y por eso ... como que la pasamos por alto.
Ante
ti, Señor, ante tu Sacratísima presencia, hoy vamos a meditar:
¿Qué
tanta generosidad tengo para darme a las personas de mi entorno?
¿Qué
generosidad hay en mi corazón para no criticar y no solo eso sino
hablar bien de todas las personas buscando sus virtudes en vez de
defectos?
¿ Por qué no sonrío más, por qué no soy más cálida,
más humilde y devuelvo bien por mal?
¿ Por qué no soy más
abierta y acepto a todas las personas por igual?
¿Por qué no
pienso que cualquiera puede ser mejor que yo e incluso puedo aprender
algo de ella?
Jesús,
tu fuiste generoso hasta el extremo de dar tu vida por mí, generoso
y humilde pues te quedaste presente en el Misterio de la Eucaristía
para darme vida y consuelo porque sabías que te iba a necesitar.
Jesús,
ayúdame para que mi corazón se abra a la generosidad, en todos los
aspectos, y también a ser más generosa para llevar, como lo
hicieron los apóstoles tu mensaje a otros sin sentir flojera o
respeto humano.
Quiero,
Señor, un corazón generoso, ¡ ayúdame! para ponerlo a tus pies y
recibir tu bendición. Amén.
Por:
MARÍA
ESHER DE ARIÑO
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