Asistir
a una boda siempre es bonito. Es un evento social que nos agrada. Hay
saludos, música, convivencia y muchos y muy buenos deseos de
felicidad para los recién casados. La novia luce radiante y el
novio, casi siempre un poco pálido y nervioso. Sonríen tímidos al
comenzar la ceremonia, más tranquilos en su terminación y los vemos
felices y tiernos, ya en la recepción, bailando su melodía
preferida. Tienen las bodas un encanto especial.
En la
religión católica, el matrimonio es un Sacramento porque el mismo
Dios es su autor. La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la
mujer fueron creados el uno para el otro “No es bueno que hombre
esté solo”. “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se
une a su mujer y se hace una sola carne” (Gn 2,18,25 ) “ De
manera que ya no son dos sino una sola carne”(Mt.19, 6 ) . La
celebración del matrimonio, según nos lo explica el Catecismo de la
Iglesia Católica con gran sencillez, tiene lugar ordinariamente
dentro de la Santa Misa en virtud del vínculo que tiene todos los
Sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo. En la Eucaristía se
realiza el memorial de la Nueva Alianza en la que Cristo se unió
para siempre a la Iglesia, su esposa amada (ef, LG 6 ). Es pues,
conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno
al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la
ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio
eucarístico y recibiendo la Eucaristía para que, recibiendo en el
mismo Cuerpo y la misma Sangre de Cristo formen un solo cuerpo ( ef 1
Co.10,17 ).
Por todo esto es conveniente que los novios estén en
gracia de Dios, es decir, que se hayan confesado, que hayan pasado
primero por otro Sacramento que es el de la Reconciliación, el
arrepentimiento de sus faltas para obtener el perdón y a si poder
recibir en gracia la Sagrada Comunión y el Sacramento del
Matrimonio.
El
consentimiento para la unión matrimonial es otra cosa esencial para
que este sea válido. “ Los protagonistas de la alianza matrimonial
son un hombre y mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio
y que expresan liberalmente su consentimiento. Ser libres quiere
decir, no obrar por coacción, no estar impedidos por una ley natural
o eclesiástica. Si el consentimiento falta, no hay matrimonio. Las
jóvenes parejas, junto a los preparativos de la boda, han de
formarse sobre el Sacramento que van a recibir. Deben ir al
matrimonio con una seria y profunda preparación de lo que significan
sus deberes y derechos pues sin esto muchas veces puede ocurrir que
el matrimonio no tenga validez.
Casarse
cuando se está enamorado es una cosa hermosa, pero no se puede tomar
a la ligera, sino pensar que esa entrega total y recíproca va a ser
para siempre. Son dos seres que están llamados a crecer
continuamente en su unión a través de la fidelidad cotidiana, en la
salud y en la enfermedad.
"Lo que Dios unió que no lo separe el
hombre."
( Mt, 19.6).
Por: MARÍA ESTHER DE ARIÑO.
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