En un mundo de prosperidad, el hecho de que todavía haya hambre es contradictorio. Nos lleva a pensar de inmediato en el contraste de la abundancia y desperdicio de los países ricos y la escasez de los pobres. Pero la realidad de este problema es más compleja y su solución radica en formas y dinámicas que la fe católica ha promovido desde los tiempos de Jesús.
Es una realidad que en el mundo una quinta parte de toda la comida acaba en el basurero de acuerdo al Índice de desperdicio de alimentos 2021, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Para nuestra sorpresa, el desperdicio de alimentos no es muy diferente en los países pobres que en los ricos. (1)
¿Cómo puede ser eso? Una explicación es que el desperdicio se da por diferentes razones y en diferentes momentos de la cadena de suministro de alimentos. En los países pobres se da antes del consumo, en el almacenamiento, refrigeración y distribución (producto de la misma pobreza, guerras o desalojos), reduciendo lo que llega a los hogares y el tirar huesos y otros desperdicios para limpiar los alimentos . En los países ricos se da después y durante el consumo, tirando a la basura lo que no se consumió en los hogares. La segunda se puede considerar más culpable y prevenible que la primera, al ser derroche de algo que ya se recibió. (2)
Otra contradicción que no es tan evidente, la subrayó el Papa Francisco en 2016 durante su primera visita al Programa Mundial de Alimentos de la FAO. Al hacerles ver:
“Es una "extraña paradoja" que la comida no pueda llegar a aquellos que sufren por la guerra, pero en cambio las armas si llegan. Como resultado, se alimentan las guerras, no a las personas. En algunos casos el hambre misma es usada como arma de guerra.”
Papa Francisco 2016 (3)
Alrededor de esta tragedia mundial hay muchas organizaciones humanas que ya se dan a la tarea de reducir el hambre en algunas zonas. Entre ellas, la Iglesia Católica que no sólo es de las principales proveedoras de alimento en muchas zonas sino la promotora del buen uso de los bienes materiales y de la solidaridad con el que no tiene en sus enseñanzas. Pero sabe bien que no se resolverá el problema con el simple suministro de ayuda material. Eso ya lo hacen también los sistemas socialistas en muchos países, donde el asistencialismo se ha usado como un modo de mantenerse en el poder. Sólo con el cambio interior de corazones y conciencias se llegará a erradicarla para siempre.
Y como el mayor desperdicio de comida se da en los hogares ¿qué podemos hacer cada uno , hoy , para ayudar a reducir el hambre?
San Juan Pablo II recomendaba, en su documento “Cor Unum”: incluir a las personas que se quiere beneficiar en la elaboración de la solución, pues es la única forma digna de ayudar. Además hacía ver, en el mismo documento, la existencia de “estructuras del pecado” que desvían a fines personales los bienes que se podían usar para bien común, como lo es la corrupción. (4)
El Papa Francisco, por su lado, nos comparte tres principios: (5)
· Poner nombre y apellido a los hambrientos, para entender que son vidas truncadas por el hambre.
· No tener miedo a cambiar nuestros estilos de vida, para acabar con el despilfarro.
· No dar a los pobres lo que sobra, sino lo que necesitan.
Y por supuesto, siempre podemos ayudar apoyando a organizaciones confiables que lleven alimentos a los que más afectados que son los niños, adultos mayores y enfermos en nuestras comunidades.
Si te interesa estar al tanto de lo que se habla en la FAO al respecto, puedes seguir en twitter al representante de la Santa Sede en ese organismo: Monseñor Fernando Chica . La cuenta en Twitter es: @HolySee_FAO
Por: Ana Elena Barroso
(1) https://news.un.org/es/story/2021/03/1489102
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